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La fuerte alerta sísmica en todo el sur de California aumenta la ansiedad y la planificación

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El combo sísmico que azotó el sur de California días atrás dejó a los residentes particularmente desconcertados al robarles el poco consuelo que normalmente trae un gran terremoto: la sensación de que lo peor ya pasó.

Después del temblor de magnitud 6.4 -con epicentro cerca de Ridgecrest, el jueves- se sintieron muchas de las esperadas réplicas, que se supone deben disminuir gradualmente en fuerza y frecuencia.

Ya habían pasado por esto antes, en Northridge, Sylmar y Whittier. Pero cuando un temblor de magnitud 7.1, mucho más fuerte, se sintió en la noche del viernes, la conmoción rápidamente dio paso a un nuevo temor: ¿Qué ocurrirá después?

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Una sismóloga de Caltech, Lucy Jones, anunció una probabilidad del 8% al 9% de una ruptura aún mayor en los próximos horas y días. Los temores crecieron de Las Vegas a Long Beach, incluso cuando el riesgo se redujo al 3% para la tarde del sábado. La buena noticia es que, finalmente, muchos decidieron que era hora de prepararse.

“Es sólo cuestión de tiempo”, remarcó Kim Caldwell, de 55 años, quien ha vivido en el sur de California toda su vida y experimentó numerosos sismos. Ella y su esposo no se preocupaban demasiado en mantener suministros para terremotos almacenados y actualizados en su hogar, en Santa Ana. Pero si el primer temblor no la impulsó a la acción, el segundo ciertamente lo hizo.

“He madurado con esto”, aseguró. “El primero fue un terremoto considerable, pero el segundo fue en realidad más grande. Normalmente se van debilitando”.

Quizá después de un larga sequía de temblores, los residentes necesitaban de una doble advertencia.

Los sismólogos advierten constantemente contra la amnesia sísmica y tratan de lograr que las personas -muchas de las cuales nunca experimentaron un terremoto importante, considerando que el último evento devastador ocurrió hace un cuarto de siglo, en Northridge- comprendan la gravedad y la inevitabilidad final de la amenaza, y estén preparadas para ello.

El terremoto del viernes fue el más grande en el sur de California desde 1999. A pesar de afectar con fuerza la zona de Ridgecrest, en el desierto alto, no causó ningún daño notable en el área de Los Ángeles.

Entonces, si bien los movimientos sísmicos de los últimos días fueron inquietantes, sólo el tiempo dirá si fue un impulso suficiente.

Se trata de una de las paradojas de vivir en una zona sísmica, aunque muchos siguen en un estado de negación, a pesar de las repetidas advertencias de las fuerzas tectónicas, siempre listas para nivelar la región.

Los preparativos para terremotos pueden abarcar desde cosas simples, como tener kits y planes de emergencia listos, hasta artículos más caros, como generadores de respaldo y seguros contra sismos, y reacondicionar los edificios para que resistan mejor los movimientos.

Menos del 12% de los residentes de California tienen pólizas de seguro con coberturas por terremotos, según los registros del Departamento de Finanzas del estado.

Los Ángeles, San Francisco y algunas otras ciudades de California han exigido a los dueños de propiedades que refuercen ciertos tipos de apartamentos vulnerables al colapso en un terremoto. L.A también ha requerido el fortalecimiento de edificios de concreto frágil.

Pero los expertos dicen que siguen existiendo muchas brechas de seguridad sísmica, desde atornillar las construcciones a los cimientos hasta lidiar con chimeneas que pueden colapsar durante fuertes sacudidas.

Entre otras cosas, el temblor de los últimos días hizo pensar a muchos sobre estos temas. “[Me quedé] un poco sorprendido de que hubiera dos movimientos relativamente grandes tan seguidos, y definitivamente comencé a pensar en armar mi kit de emergencia”, afirmó Iván Castro, residente de Koreatown.

El hombre estaba en un juego de los Dodgers el viernes, sentado en la cubierta superior, a dos filas del borde del estadio, cuando ocurrió el temblor. La multitud sintió el deslizamiento y luego una sacudida. “Fue bastante aterrador, para ser honesto”, expuso Castro.

Este ingeniero estructural de 31 años está acostumbrado a asegurarle a sus amigos que probablemente estarán a salvo durante un terremoto. Él sabe que muchas estructuras están construidas o fueron mejoradas para soportar tales movimientos. Pero durante la próxima semana evitará posibles trampas letales: esos edificios de ladrillo sin refuerzos. “Incluso dudo de usar elevadores ahora”, afirmó.

Los sismólogos sostienen que la falla que causó la ruptura probablemente no desataría a la poderosa y adormecida falla de San Andrés, de la cual hace tiempo se espera el llamado “Big One”, al que todo californiano debería temer.

“Eso va a suceder eventualmente”, consideró Castro. “Sólo tengo que estar lo más preparado posible, hablar con amigos, con mi familia. [Decirles] Si no estás en casa, ¿dónde nos encontraremos?”.

Para Jones, desde que los funcionarios comenzaron a medir los terremotos, en 1932, ha habido 22 movimientos de magnitud 6 y superiores. Sólo dos de ellos, incluido el del 4 de julio pasado, fueron premonitores de uno más grande. El último fue en 1987, cuando se produjo un sismo de magnitud 6.2 al sur del Lago Salton, seguido de otro, de magnitud 6.6, 12 horas más tarde.

“Fue realmente similar; sólo que eso ocurrió hace 30 años y nadie lo recuerda”, afirmó Jones, quien lidera la lucha contra la llamada amnesia sísmica. Para la experta, aproximadamente uno de cada 20 terremotos es seguido por uno más grande dentro de los siguientes 30 días.

Después del temblor del jueves, Paola Fernández, de 27 años, investigó en internet sobre kits de suministros y planificación de desastres, y comenzó a llevar consigo una batería para mantener su teléfono cargado.

Sin embargo, no pensó mucho más al respecto, hasta que el temblor más grande comenzó, mientras estaba en un bar del centro de L.A, disfrutando de unos tragos durante la ‘hora feliz’. La severidad potencial de un sismo más fuerte la afectó. “Esta mañana sentí que necesitaba comenzar a hacer un plan. Necesito averiguar qué debo hacer”, expuso, el sábado. “Tengo que prepararme para cualquier posibilidad de no estar en casa o de quedar atrapada en algún sitio... A mi mente vienen todos los peores escenarios”.

“Fui a desayunar y pensaba para mis adentros, ‘Si este edificio comenzara a temblar, ¿a dónde iría?’”, narró Fernández. Entre otras cosas, pensó cómo se pondría a salvo, o se contactaría con su familia.

Entonces llamó a un tío en Colorado y se aseguró de que cada pariente tuviera su número. Acordaron que, en caso de un terremoto o una emergencia masiva, cada uno lo contactaría a él para avisarle que están a salvo.

Fernández vive con su hermana y su padre en Mt. Washington, calle abajo de sus abuelos. “Estoy realmente preocupada por mis abuelos y por lo que podría pasarle a esa generación mayor. Creo que es una de mis mayores preocupaciones”. Su plan para el sábado era revisar la aplicación ShakeAlertLA de la ciudad, y recursos como la Cruz Roja y los sitios web del gobierno para obtener consejos sobre qué poner en su auto y en el kit de terremotos casero.

También planeaba visitar la casa de sus abuelos y revisar de que sus artículos estuvieran asegurados; que no corrieran el riesgo de caer y lastimarlos. “Siento que definitivamente fue una llamada de atención, es el recordatorio de que vivimos en California; esto es algo que sucede y lo hemos estado esperando durante décadas, el próximo gran temblor. Ahora siento que la probabilidad de que ocurra es mayor de lo que era antes del Cuatro de Julio”, comentó. “Esta es la geología de la tierra en la que vivimos, así que debemos tener cuidado”.

Deborah Netburn, Alex Wigglesworth y Karen Kaplan, redactores de planta de The Times, contribuyeron con este informe.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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