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Opinión: Mi abuelo fue un ‘Dreamer’ que cruzó el Río Grande

Immigrants in the Rio Grande Valley of Texas.
Los padres de los “Dreamers”, como generaciones anteriores a ellos, viajaron a Estados Unidos en busca de seguridad y una vida mejor para sus familias. (Los Angeles Times)
(Los Angeles Times)

Los padres de los “soñadores” de hoy querían una vida mejor para sus hijos, al igual que mi abuelo cuando se fue de México rumbo a Texas en 1945.

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Mi abuelo era un inmigrante indocumentado. Creo que sus sueños de una vida mejor para su familia deben haber sido muy similares a los de los padres de los jóvenes con estatus de DACA, que protestaron en las escaleras de la Corte Suprema la semana pasada.

Mi abuelo era oriundo de una pequeña comunidad rural en Guanajuato, México, donde trabajaba cuidando ovejas y en la agricultura. Cuando el pueblo experimentó una sequía severa, él y mi abuela decidieron mudarse a la Ciudad de México para buscar trabajo.

Después de algún tiempo como empleado en una planta embotelladora de refrescos, mi abuelo aún no ganaba lo suficiente para mantener a su esposa y sus tres hijas. Entonces, en 1945, dejó México y se mudó a Texas.

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Fue un buen momento para venir a Estados Unidos. México y EE.UU acababan de promulgar el Programa Bracero, un acuerdo binacional para traer trabajadores mexicanos a Estados Unidos. Mi abuelo no era bracero, pero un compadre le dijo que había mucho trabajo en Texas.

Después de un cruce peligroso, mi abuelo comenzó a colaborar con un agricultor en el valle inferior de Río Grande al sur de Texas, de forma gratuita. Pensó que, si demostraba lo duro que podía trabajar, el granjero le daría empleo, y así fue.

Después de un año, mi abuelo mandó llamar a su familia. Mi abuela y mis tres tías mayores cruzaron el Río Grande en medio de la noche; las tres niñas escondidas debajo de una manta en un pequeño bote. Mi tía mayor recuerda que asomaban la cabeza de vez en cuando para pedir comida mientras cruzaban el río. “Debíamos parecer pajaritos pequeños”, me dijo.

Durante las décadas de 1940 y 1950, hubo bastante controversia en torno al Programa Bracero. Muchos afirmaron que estimulaba la inmigración indocumentada. El gobierno aumentó la presencia de la Patrulla Fronteriza y autorizó a sus agentes a realizar redadas de inmigración, incluida la denominada Operación Wetback, en 1954, para repatriar personas a México.

Al mismo tiempo, poderosos grupos de presión de los agricultores pudieron negociar los derechos de los granjeros que querían mantener estables sus fuerzas laborales a través de un proceso de legalización selectiva. Algunas veces esto ocurrió en masa, y en otras ocasiones en grupos más pequeños.

En el sur de Texas, donde vivía mi familia, el Servicio de Inmigración y Naturalización otorgaba periódicamente “excepciones” a los agricultores a principios de la década de 1950, para que legalizaran a sus trabajadores.

Así fue como mi abuelo y sus tres hijas mayores obtuvieron el estatus legal. Le tomaría más tiempo a mi abuela, porque había contraído tuberculosis y no fue elegible para la legalización hasta varios años después.

Mi madre, nacida en Texas, era una ciudadana nativa. Su familia en la década de 1950 en Texas era muy similar a las familias de estatus mixto de la actualidad: padres e hijos mayores que eran indocumentados, y niños más jóvenes que eran ciudadanos nacidos en Estados Unidos.

Afortunadamente para ellos, el clima político en ese momento les permitió ajustar su estado porque estaba más en sintonía con las necesidades económicas de la región. Hoy, una política similar para los trabajadores migrantes y sus familias causaría un alboroto político, a pesar de que todos sabemos que tendría sentido económico y proporcionaría una reforma migratoria humanitaria muy necesaria.

Nací en California, unos 20 años después de la legalización del estatus inmigratorio de mi familia. En mi infancia, tuve los privilegios de una ciudadana estadounidense. Pero, como nieta de inmigrantes indocumentados, sé cuán fácilmente mi vida podría haber sido diferente. Los padres de mi madre pudieron haber sido deportados. Ella pudo haber sido criada por mis tías, cuyo estatus legal también era precario.

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Probablemente habríamos vivido en la pobreza la mayor parte de nuestras vidas, y tenido opciones educativas y profesionales limitadas.

En cambio, esa excepción otorgada a los trabajadores agrícolas en Texas en la década de 1950 permitió a la nieta de un inmigrante indocumentado la oportunidad de ir a Stanford, y finalmente enseñar en la Universidad de California.

Como profesora durante los últimos 13 años, conocí a docenas de jóvenes indocumentados que se abrían paso en la universidad. Algunos de ellos son los activistas que se ven en las calles y protestan frente a la Corte Suprema.

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Muchos otros mantienen la cabeza baja y tratan desesperadamente de tener una vida normal y estable, mientras temen por la seguridad de ellos mismos y de sus padres.

Todos esperan que sus títulos universitarios puedan ayudar a sus familias a tener una mayor seguridad económica, y también todos reconocen que sus padres, tal como mi abuelo, son los “Dreamer” originales.

Jennifer R. Nájera es profesora asociada de estudios étnicos en UC Riverside y autora de “The Borderlands of Race: Mexican Segregation in a South Texas Town”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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