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Columna: El COVID-19 pone en primer plano la incompetencia de la Casa Blanca

El presidente Trump, que sufre de COVID-19, se quita su mascarilla facial en la Casa Blanca.
(Getty Images)
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Toda campaña política espera que una sorpresa en octubre cambie el rumbo de las elecciones de noviembre.

El diagnóstico y la hospitalización por COVID-19 del presidente Trump pueden ser la peor sorpresa autoinfligida de octubre con la que se haya topado un candidato.

El actual mandatario no planeaba enfermarse, por supuesto. Pero su negativa a usar una mascarilla facial o mantener una distancia social segura lo volvió vulnerable al coronavirus y convirtió en un foco a la Casa Blanca, con al menos una docena de casos positivos.

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Durante meses, Trump y la mayoría de sus ayudantes desobedecieron las pautas de salud pública. Organizaron manifestaciones de campaña y ceremonias en la Casa Blanca, incluida una el 26 de septiembre pasado para presentar a la nominada a la Corte Suprema Amy Coney Barrett, que puede haber sido un evento de gran difusión de la enfermedad.

Incluso cuando el mandatario pasó tres días en el hospital, la Casa Blanca no intentó rastrear a los cientos de individuos con los que él o sus asistentes se habían reunido -y posiblemente infectado-.

A su regreso del hospital, Trump se quitó la mascarilla y posó para un video. “No le tengan miedo. Van a superarla”, aseguró sobre el COVID-19.

Si el presidente tenía intención de tranquilizar a los estadounidenses, en cambio mostró esos rasgos que menos les gustan a los votantes: su ensimismamiento, su desdén por los consejos científicos y su incapacidad para expresar empatía por los más de 210.000 estadounidenses que fallecieron por COVID-19 en los últimos seis meses.

También mostró incompetencia, una de sus marcas registradas durante los últimos cuatro años.

La primavera pasada, la pandemia le presentó al presidente un desafío arduo: organizar una respuesta nacional coherente ante un virus mortal anteriormente desconocido.

Trump lo hizo todo mal. Insistió en que el virus no era peor que una gripe estacional cuando, según admitió él mismo, sabía que era mucho más mortal. Lanzó una iniciativa federal para coordinar los suministros médicos, luego la abandonó y les dijo a los gobernadores que manejaran el tema por su cuenta. Prometió pruebas para todos, que nunca entregó. Alentó a los partidarios a organizar levantamientos contra los gobernadores demócratas que querían más cierres, y elogió a los gobernadores republicanos que reiniciaron sus economías bastante rápido.

Su administración hizo algunas cosas bien: envió miles de millones de dólares a compañías farmacéuticas para impulsar el desarrollo y las pruebas de vacunas experimentales; ordenó a las empresas industriales que fabricaran respiradores y terminó con un excedente.

Pero los resultados generales fueron trágicos.

La tasa de mortalidad de Estados Unidos, que Trump considera un éxito, es más del doble que la de Canadá, más de cinco veces la de Alemania y casi 80 veces la de Corea del Sur, sobre una base per cápita.

Inevitablemente, la falta de liderazgo de Trump durante la pandemia se convirtió en el mayor problema de su carrera presidencial, a pesar de sus repetidos esfuerzos por culpar a otros o cambiar de tema.

Su hospitalización por COVID-19 garantizó que la crisis siga siendo el tema clave hasta el día de las elecciones, ahora a solo un mes de distancia.

La ironía es que Trump ganó la presidencia en 2016, en parte, tras afirmar que es un exitoso hombre de negocios, y que por ende podía dirigir el gobierno federal con más sabiduría que cualquier político.

Esa afirmación, como muchas otras, resultó ser falsa.

El problema comenzó incluso antes de la toma de mando, cuando Trump desechó la estrategia de transición que había preparado el ex gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie. En lugar de ello, el mandatario nombró a funcionarios del gabinete que apenas conocía y se sumergió en la presidencia sin ningún plan de política formal, una receta para luchas internas.

Pronto, las negociaciones sobre los proyectos de ley de gastos y otras leyes se vieron trastornadas por los tuits del presidente, tal como sucedió nuevamente el martes, cuando abandonó las conversaciones con los demócratas sobre un proyecto de ley de estímulo económico para ayudar a las empresas y a las personas que siguen luchando con los cierres por el COVID-19.

Otra prioridad, la desregulación, se vio obstaculizada por la incapacidad del presidente para contratar personal calificado. La administración Trump perdió el 84% de sus casos de regulación en los tribunales; la mayoría de las administraciones pierden el 30%, según un estudio de la Universidad de Nueva York.

“Muchas de sus órdenes ejecutivas estaban mal redactadas, y eso hace que los tribunales las anulen”, destacó Elaine Kamarck, directora del Centro para la Gestión Pública Efectiva de la Brookings Institution, una entidad no partidista. “Si quieres desmantelar las regulaciones, necesitas personas muy competentes que guíen a través del proceso regulatorio. Pero él no cuenta con ellas”.

El personal de Trump tuvo un nivel récord de rotación, algunos debido a escándalos, otros porque cayeron en desgracia. En menos de cuatro años, el mandatario tiene actualmente su cuarto jefe de gabinete, su cuarto asesor de seguridad nacional y su sexta directora de comunicaciones. “Lo que muestra el COVID es que la incompetencia daña al país”, enfatizó Kamarck, quien trabajó en la reforma del gobierno del presidente Clinton. “Nos encontramos en un lío en el que no deberíamos estar”.

Para los críticos, la incapacidad del presidente para llevar a cabo una operación disciplinada tiene una gracia salvadora: ha dañado su fortuna política, tal vez de manera irreparable. La incompetencia, al parecer, tiene consecuencias políticas.

Su campaña de reelección ha fracasado. Se enfocó en apuntalar su base de votantes blancos de clase trabajadora y evangélicos, en lugar de expandir su coalición hacia una mayoría. Gastó cientos de millones de dólares y está corto de efectivo en las últimas semanas.

En su primer debate con el candidato demócrata Joe Biden, el mes pasado, Trump sonó petulante en lugar de presidencial, activando las alarmas incluso dentro de su propio partido.

Si hay que creer en las encuestas, los votantes están a punto de transmitir a su empleado en jefe un mensaje que puede resultarle muy familiar: ‘Estás despedido’.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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