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L.A. Affairs: Yo estaba buscando un compañero. Él estaba buscando una pelea

Mujer realizando senderismo, respeta la sana distancia
A medida que me sumerjo de nuevo en el mundo de las citas después de la muerte de mi esposo, considero que el senderismo es una actividad ideal para las citas.
(Megan White / For The Times)

Siempre me ha resultado difícil quedarme en un solo lugar. Me siento más en casa cuando estoy en movimiento. A los 3 años, subí a la cima de un poste de luz. A los 16, me gradué de la escuela preparatoria y me uní a una compañía de teatro. Después de casarme y tener tres hijos, regularmente paseaba en bicicleta por Griffith Park llevando a dos de esos niños detrás de mí en un remolque para bicicletas Burley. También usaba el parque para correr y entrenar, hasta y alrededor del zoológico y de regreso, antes de correr el Maratón de Los Ángeles dos años después de dar a luz a mi cuarto y último hijo.

En 2017, dos años después de la muerte de mi esposo, me encontré caminando 510 millas a través de España en el Camino de Santiago con mi hija mediana. Era hora de reclamar mi vida. A medida que me sumergía de nuevo en el mundo de las citas, no es de extrañar que me inclinara por el senderismo como una actividad ideal para las citas.

A principios de este año, antes del cierre, tuve tres citas con alguien a quien llamaré Math Man. Nos conocimos a través de Match.com y salimos a tomar un café, almorzar y, no es de extrañar, una caminata de 6 millas en Towsley Canyon. Después de nuestra charla de café, me envió un mensaje con las razones por las que no encajábamos bien. (“Soy agnóstico”, señaló, como un ejemplo). Pero luego terminó diciendo: “Te lo dejo a ti”.

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Sabiendo que nadie cumpliría con todos los puntos, pensé en mantener la mente abierta y propuse que nos reuniéramos de nuevo. El razonamiento preciso que utilizó me divirtió, y se lo dije. Siguieron dos citas agradables más.

La orden de permanecer en casa puso un freno inmediato a este romance en ciernes. Tuvimos que cancelar nuestra próxima cita debido a la pandemia.

A ninguno de los dos nos gustaba hablar por teléfono, pero nos mandábamos mensajes de texto de vez en cuando mientras esperábamos ver el siguiente paso que daría la pandemia. Me preguntó cuándo volveríamos a caminar, cuestionando si podríamos aventurarnos juntos. “Tal vez en un par de meses”, le respondí, “¿cuándo aplanemos la curva?” Tenía un motivo especial para ser cautelosa: comparto casa con dos viejas amigas de 70 años que me son muy queridas.

Son las madrinas de mis hijos y fueron mis compañeras en el cuidado de mi esposo cuando sucumbió a un largo y doloroso viaje con una enfermedad cardíaca. La idea de ponerlas en riesgo era impensable. Después de una semana sin comunicación, era fácil imaginar que Math Man había seguido adelante.

Así que cuando de repente me envió otro mensaje de texto a mediados de mayo, me sorprendió. Dijo que estaba triste porque no quería ir de excursión con él, pero sabía que tenía sentido. Entonces la conversación dio un giro, me comentó que había tomado unos tragos, así que yo debía tomar lo que seguía por lo que valía:

Temía no volver a despertarse junto a una mujer a la que amaba.

También echaba de menos el sexo.

Temía no volver a tenerlo nunca más.

Pero, dijo, “Tienes razón en proteger a tus amigas”.

Me sorprendió y admiró su completa revelación. ¿El implacable aislamiento social había estimulado este repentino estallido de verdad sin censura? Elogié su honestidad y sugerí que nos escribiéramos por correo electrónico para estar más en contacto sin las demandas de FaceTime o las limitaciones de los mensajes de texto.

Al principio todo salió bien. Completamos un cuestionario personal que encontré con preguntas como, “¿Cuál es tu recuerdo favorito?” y “¿A quién admiras?”. Siguió el juego, y ambos disfrutamos de algunas respuestas divertidas y reveladoras. Me pregunté si podríamos empezar a conectarnos de nuevo.

Entonces Math Man se fue de excursión a la Sierra. Como broma, le envié por correo electrónico una foto de dos osos. Mi internet era lento, así que accidentalmente la envié dos veces.

Me contestó por correo electrónico: “Tienes miedos. Lo entiendo. ¡Esos mismos miedos, desafortunadamente, pueden impedir que veas exactamente lo que deseas! VIDA. He estado en muchas partes del planeta. No permitiré que mis miedos dicten mi vida y tú tampoco deberías hacerlo. Necesitas un guía. Curiosamente, soy uno bueno”.

De repente me estaba sermoneando como si tuviera 14 años. Saber tan poco sobre mí y sin embargo hacer juicios tan amplios... ¡Ni siquiera reconocí a la mujer a la que se refería! Aún así, traté de ser amable. Le escribí, felicitándolo primero por su viaje de senderismo y luego diciéndole que no creía que encajáramos bien.

Se puso furioso. Envió un correo electrónico diciendo que no le importaba mi decisión y acusándome de no tener la decencia de hablar de esto. Pero en mi opinión, estar en el extremo receptor del despotrique de alguien no sería lo mismo que “hablarlo”. Quizá COVID-19 lo había afectado de más maneras de las que yo pensaba. Tengo la suerte de tener una maravillosa comunidad de personas en mi vida, y no vale la pena sacrificar eso por alguien que sólo quería satisfacer sus necesidades.

He estado haciendo senderismo sola o con mi hija a las 6 a.m. durante meses, a menudo en los parques Towsley Canyon y Wilacre, a medida que las restricciones se relajaron. De vez en cuando, pasamos gente en los senderos y siempre mantenemos nuestra distancia.

No puedo evitar tomar nota especial de los hombres que pasamos, preguntándome con cada uno de ellos si hay alguna posibilidad. Sólo que ahora, la mayoría de nosotros tenemos máscaras puestas o máscaras listas para usar. Y me pregunto qué encontraré realmente cuando se las quiten.

La autora vive en el Valle de San Fernando y es maestra, pintora y excursionista. Está en Instagram @hikingmother

Si quiere leer este artículo en inglés, haga clic aquí

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