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En las cárceles, cuando los capellanes son voluntarios, algunas religiones están más presentes que otras

Avivah Erlick, una capellán judía, visita a los reclusos en la Cárcel Central de Hombres en el centro de Los Ángeles.
(Liz Moughon/Los Angeles Times)
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Hay días en que la rabina Avivah Erlick se sienta en su automóvil frente a la Cárcel Central de Hombres, demasiado asustada para entrar. Ha aconsejado a cientos de reclusos, pero a veces llega al centro de la ciudad sólo para conducir de regreso a casa, sin fuerzas para enfrentar los encierros repentinos, el aire viciado y los relatos de violencia y soledad.

Cuando ingresa, Erlick se siente abrumadoramente ineficaz. Solía trabajar como capellana en la cárcel a tiempo parcial, con el apoyo de una subvención de la Federación Judía, pero esta no fue renovada. Ahora es voluntaria sólo cuando puede. Pasa horas actualizando su lista de reclusos por visitar, que incluye decenas de nombres más de lo que su tiempo le permite. Pero la tarea es demasiado importante para estar alejada.

Los reclusos llaman a Erlick mientras camina por una hilera de celdas. (Liz Moughon / Los Angeles Times)
(Liz Moughon/Los Angeles Times)
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“Escucho, soy la única que lo hace”, expuso. “Me hice capellana porque me siento muy atraída por ayudar a las personas en crisis”.

Los capellanes en las cárceles del condado de Los Ángeles, algunos de los cuales también estuvieron antes tras las rejas, se encuentran unidos por una simple misión: recordarles a los reclusos su condición humana. Es un trabajo que a menudo hacen en visitas individuales; cuentan chistes, rezan, enseñan un texto religioso o simplemente escuchan.

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Jul. 27, 2017

Muchos reclusos provienen de hogares rotos, no tienen casa o no hay nadie que se preocupe por ellos. La atención y la compasión de un capellán pueden hacer mucho por ellos.

El condado no proporciona fondos para los capellanes en las cárceles, por lo cual su presencia depende de voluntarios e instituciones religiosas que puedan ofrecer apoyo. En consecuencia, los capellanes de religiones particulares pueden tener muchas dificultades o trabajar largas horas para satisfacer la demanda de los reclusos que desean verlos.

Al igual que Los Ángeles, algunos de los condados más poblados del estado, incluidos San Diego y Orange, no pagan capellanes en la cárcel. Pero otros, como San Bernardino, Riverside, Santa Clara y Fresno, invierten hasta varios cientos de miles de dólares para contar con capellanes en el personal. Alrededor de 150 de ellos reciben un salario por trabajar en las 35 prisiones del estado.

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Oct. 2, 2019

Erlick le pregunta a un recluso de la Cárcel Central de Hombres si quiere conversar con ella. Como capellana voluntaria, su objetivo es que los internos sientan que alguien se preocupa por ellos. (Liz Moughon / Los Angeles Times)
(Liz Moughon/Los Angeles Times)

En las cárceles del condado de Los Ángeles, que contienen aproximadamente 17.600 reclusos, los capellanes judíos y musulmanes reportan una escasez de voluntarios y de apoyo institucional de sus comunidades, algo que afecta la variedad de servicios que pueden brindar. Varios capellanes de religiones cristianas, como la Iglesia protestante, afirman que el número de voluntarios no es suficiente.

“Ciertas comunidades no están tan bien representadas”, explicó el sargento del sheriff Alex Gamboa, quien trabaja en la oficina de servicios religiosos y de voluntariado para las cárceles del condado de Los Ángeles. “Eventualmente, alguien, un pariente o amigo, irá a la cárcel y uno querría todo el apoyo para ellos... Todas esas personas a las que se les da la espalda son quienes más ayuda precisan”.

“Solo los libros de tapa blanda están permitidos dentro”.

Abr. 18, 2018

El pastor Titus Cooper predica en la Cárcel Central de Hombres. Algunas religiones cristianas cuentan con cientos de voluntarios que se reúnen con los reclusos de forma individual, practican estudios bíblicos y realizan servicios espirituales. (Liz Moughon / Los Angeles Times)
(Liz Moughon/Los Angeles Times)

La ley federal protege el derecho de los reclusos a observar su fe. En ciertos casos, si un preso solicita un capellán de una fe minoritaria, la cárcel podría argumentar que no hay una forma factible de proporcionar ese servicio.

“La regla general es que hay que atender las prácticas religiosas de los prisioneros, a menos que exista una razón realmente poderosa para no hacerlo”, precisó Luke Goodrich, vicepresidente del Becket Fund for Religious Liberty, una organización sin fines de lucro con sede en D.C., que aboga por la libertad religiosa.

Los funcionarios no rastrean algunos aspectos de la religión y la capellanía en las cárceles. Gamboa expuso que el condado no conoce la cantidad de reclusos por fe religiosa, ya que los prisioneros entran y salen constantemente. El condado tampoco mantiene un conteo centralizado del total de solicitudes de convictos para hablar con capellanes, en parte porque los presos a menudo lo piden vía oral cuando ven a los capellanes en los pasillos.

Si bien la cárcel cuenta con más de 1.000 capellanes y voluntarios espirituales, los funcionarios no tienen forma efectiva de monitorear de manera independiente cuándo ingresan, ya que muchos lo hacen a través de un sistema de registro en papel. Según Gamboa, unas 20 personas figuran como voluntarias de fe judía, pero reconoció que muchas vienen “de vez en cuando”.

De igual manera, los informes de las diversas religiones enviados a la oficina de Gamboa muestran una gran demanda de capellanía. La Arquidiócesis de Los Ángeles, por ejemplo, realizó más de 20.000 visitas individuales desde enero, en inglés y español.

Un convicto se reúne con Erlick en los pasillos de la Cárcel Central de Hombres. (Liz Moughon / Los Angeles Times)
(Liz Moughon/Los Angeles Times)

Los capellanes musulmanes y judíos se reúnen con aquellos que muestran interés en hablar con un capellán de su fe. “Muchos reclusos pueden tener información sobre el Islam, pero no practican o no se consideran musulmanes”, consideró María Khani, una capellana musulmana. “Eso es entre ellos y Dios. No tengo nada que ver con eso”.

Conforme a Gamboa, aunque las cárceles regularmente tienen capellanes disponibles para reunirse con los reclusos, no siempre cuentan con personal de ciertas creencias a mano. Sin embargo, mayormente, el sistema actual funciona, indicó, y su oficina solicita a los capellanes que informen si no pueden reunirse con un interno.

Si bien sería ideal para el condado financiar capellanes a tiempo completo, prosiguió Gamboa, es un argumento difícil de plantear cuando algunas religiones, como las cristianas, cuentan con docenas o cientos de voluntarios. Además, la necesidad de guía espiritual por parte de los reclusos parece ilimitada, por lo cual incluso con más personal, la demanda podría no satisfacerse en su totalidad. “La mitad de nuestros capellanes no hablan de religión”, indicó. “Los reclusos sólo quieren conversar sobre el dolor y el sufrimiento que han pasado”.

En una visita, Erlick pasó la tarde subiendo y bajando por las escaleras mecánicas averiadas en la Cárcel Central de Hombres, luciendo una kipá con estampados morados. La mujer entraba y salía de las estrechas hileras de celdas donde los televisores sonaban y los reclusos la llamaban, alumbrados por brillantes luces fluorescentes.

El personal carcelario retira a los reclusos de sus celdas para que Erlick pueda dialogar con ellos en el pasillo; las reuniones se prolongan entre los dos y los 20 minutos. Con una sonrisa, a menudo comienza preguntándoles gentilmente cómo están y si desean hablar, luego les ofrece un libro de oraciones con adaptaciones judías reformistas, conservadoras y ortodoxas, que ella misma hizo con orgullo.

En un momento, Erlick se sentó en un banco de metal, junto con dos reclusos de la unidad gay y transgénero. Una de ellas le dijo que acababa de someterse a una cirugía; la capellana se ofreció a recitar el mi sheberach, una oración para la curación.

“Mi sheberach avoteinu: Avraham, Yitzhak, v’Yaakov, Sarah, Rivka, Rachel v’Leah…”,

Erlick visita a un preso en la Cárcel Central de Hombres. (Liz Moughon / Los Angeles Times)
(Liz Moughon/Los Angeles Times)

pronuncióErlick, mientras que la interna inclinó la cabeza, escuchando con atención.

Otro recluso, que se reconoció como un judío de Irán, preguntó si Erlick podía traerle un tefilín, un objeto ritual que se usa alrededor del brazo durante la oración, porque hasta el momento había envuelto su brazo con papel higiénico. “Me mantiene unido con mi gente”, le dijo, y agregó que tener sesiones con ella hacen una diferencia.

“Realmente significa mucho para mí que una líder religiosa de mi creencia quiera visitarme”, aseguró.

Para superar la soledad de la vida cotidiana, muchos reclusos buscan la espiritualidad, de cualquier manera posible. Cuando Erlick se sentó con un convicto en el pasillo afuera de su celda, este le dijo que sólo intenta leer y mantenerse alejado de otra gente, ya que pueden surgir problemas en cualquier momento. El interno, que es judío, asiste a clases cristianas como una vía de escape. “Uno hace cualquier cosa para evadirse”, aseguró. “Se está muy aislado y recluido allí. Cualquier cosa que inspire el aprendizaje, la sabiduría [es buena]”.

Maria Khani, una capellán musulmana, se prepara para reunirse con los reclusos en el centro penitenciario Twin Towers.
(Gary Coronado/Los Angeles Times)

Mantenerse al día con las solicitudes se volvió mucho más difícil, remarcó Erlick, cuando la Federación Judía decidió no renovar una subvención anual cercana a los $40.000. En 2016 y 2017, esta había financiado 50 horas de trabajo al mes para que dos capellanes visitaran tres instalaciones.

Ahora, “Estoy tan retrasada que ni siquiera puedo llamarlo ‘un retraso’”, ironizó. Erlick sólo hace un seguimiento regular de un par de reclusos, pero cuando actualizó su lista de presos de la Cárcel de Hombres, este octubre pasado, tenía 46 personas por visitar. Tampoco sabe si otros voluntarios dialogan con los mismos internos.

Khani entrega cuentas de oración a un recluso en el centro penitenciario de Twin Towers.
(Gary Coronado/Los Angeles Times)

El rabino Yankee Raichik, quien recibe un estipendio mensual del Aleph Institute, una organización judía ortodoxa, para trabajar como capellán de cárceles, concordó en que “siempre hay un retraso”.

“Es una lástima terrible”, añadió Joel Kushner, quien había solicitado la subvención como director del Kalsman Institute on Judaism and Health, y señaló que la Federación le dijo que tenía prioridades en competencia. Dicha entidad no respondió a las solicitudes de comentarios para este artículo.

Un recluso recibe cuentas de oración de Maria Khani, una capellán musulmana, en el centro penitenciario de Twin Towers. (Gary Coronado / Los Angeles Times)
(Gary Coronado/Los Angeles Times)

La comunidad musulmana plantea desafíos similares en relación con el apoyo externo. Khani, la capellana musulmana que a partir de 2008 conduce desde su casa, en el condado de Orange, para ofrecer sus servicios en las cárceles de Los Ángeles, afirmó que reclutar voluntarios es difícil. Khani trabaja con varias otras personas que brindan asistencia en las cárceles del condado semanalmente, incluido un servicio de oración los viernes, e intenta visitar a los internos dentro de la semana de sus solicitudes.

“No soy una supermujer”, dijo. “Amo mi trabajo. Me encanta, pero necesito ayuda. Y seguimos sin personas dedicadas para hacerlo”.

En una visita reciente a Twin Towers Correctional Facility, Khani comenzó sus rondas poco antes del amanecer. Llevaba un hiyab negro y empujaba un carrito con materiales religiosos para repartir. Mientras caminaba, algunos internos le gritaban “Salaam Alaikum” (la paz sea contigo

Dennis Gibbs, un capellán episcopal, reúne a los reclusos en un círculo de escucha que dirige con los miembros de la unidad de gays y transexuales de la Cárcel Central de Hombres.
(Gary Coronado/Los Angeles Times)

Ella se reunió con un recluso que sacó un Corán de una bolsa amarilla, unida a su silla de ruedas. El hombre comenzó a decirle que últimamente había habido mucha agitación en la cárcel. Khani lo alentó a leer el Corán: “Te da una sensación de paz, para que no te sientas abrumado por las cosas que suceden a tu alrededor”, le dijo, antes de entregarle un conjunto de cuentas de oración blancas.

Los presos musulmanes presentaron quejas por las limitaciones para practicar su fe. Un reclamo presentado por tres reclusos, en agosto pasado, contra el Departamento del Sheriff, alegaba que la cárcel había impedido que los presos participaran en las oraciones del viernes, Jumu’ah. Cuando The Times entregó una copia de la denuncia, el Departamento del Sheriff respondió que esta aún no había sido oficialmente presentada, y que desconocía su contenido.

Patricia Shnell, abogada de la sede de Los Ángeles del Consejo de Relaciones Estadounidenses-Islámicas (CAIR, por sus siglas en inglés), quien presentó la demanda, expuso que más allá del litigio, CAIR trabaja para reclutar voluntarios e intenta que el tema se plantee durante los sermones en las mezquitas. Sin embargo, el pequeño número de voluntarios no excusa a la cárcel de su responsabilidad de prestar un servicio, agregó. “Incluso si faltan voluntarios musulmanes, tienen la obligación de permitir que las personas practiquen sus religiones libremente”, dijo, y sostuvo que el personal carcelario, por ejemplo, podría permitir que los reclusos lideren sus propios servicios.

Algunas religiones cristianas tienen grupos de voluntarios mucho más grandes. Frank Mastrolonardo, un capellán protestante y fundador de un ministerio penitenciario sin fines de lucro, supervisa a más de 600 voluntarios. La mayoría trabajan varias veces a la semana, y no tienen actualmente necesidad de reclutar de forma activa.

La arquidiócesis de la Iglesia católica financia seis capellanes de tiempo completo y tiene alrededor de 100 voluntarios regulares que trabajan a menudo, según Gonzalo De Vivero, director de su Oficina de Justicia Restaurativa. Miles de personas participan en los servicios de comunión y misas de la iglesia, así como en su programa de rehabilitación en la cárcel.

Sin embargo, aspira a hacer más. Uno de sus sueños es crear un programa de reinserción, en el que las parroquias adopten a un recluso cada año o cada seis meses, y lo ayuden a hacer cosas cotidianas, como rentar un apartamento y encontrar empleo. “Ellos pagan un precio, pagan las consecuencias, pero eso no significa que tengamos que etiquetarlos como peligrosos, no queridos e inaccesibles”, expresó. “Son personas normales, que pueden cambiar”.

La compasión de algunos voluntarios religiosos por los reclusos proviene de su propia experiencia. Michael Cherry, quien ha trabajado en las cárceles del condado de Los Ángeles durante más de siete años como voluntario evangélico, encontró la religión cuando era presidiario, hace tres décadas. Un capellán le había ofrecido algunas escrituras bíblicas para leer, y Cherry se conmovió con pasajes que hablaban del perdón y la responsabilidad. Uno, de Corintios, decía: “Cuando era niño, hablaba como un niño, pensaba como un niño, juzgaba como un niño; más cuando ya fui hombre, dejé atrás las cosas infantiles”.

“Debía madurar, ya era tiempo de ser hombre”, pensó Cherry en ese momento.

Jesús López fue uno de los reclusos a quien Cherry aconsejó, años después. López, que vive en Los Ángeles, fue liberado de la Cárcel Central de Hombres en 2018, después de más de tres años. Él asistía a las sesiones bíblicas semanales de Cherry, y le da crédito a los capellanes como él por darle esperanza de poder llevar adelante una vida mejor. “La esperanza de que alguien se preocupe, de que alguien te ame”, reflexionó. “Hay muchas personas que no cuentan con eso, y que se les brinde allí, es algo hermoso”.

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