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La vida en los Juegos Olímpicos de Beijing: Medidas estrictas de seguridad, muchos viajes en autobús y una agresiva limpieza

A journalist walks next to hazmat-clad
Un periodista camina junto a trabajadores de transporte vestidos con trajes de manejo de materiales peligrosos en Zhangjiakou, China. La vida en la burbuja olímpica ha sido una experiencia a menudo surrealista para los periodistas de The Times. (Gary Ambrose/For The Times)
(Gary Ambrose/For The Times)

Los reporteros del Times que cubren los Juegos Olímpicos de Beijing recuerdan los desafíos únicos que han enfrentado durante las últimas tres semanas viviendo en un circuito cerrado.

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No todas las preguntas que se hacen desde casa se refieren a las medallas de oro. No todo el mundo quiere saber por qué cierto esquiador se cayó en el eslalon. Cuando los familiares y amigos -y los lectores- han cuestionado a un puñado de empleados de The Times acerca de estos Juegos Olímpicos de Invierno desean conocer la vida en la burbuja.

Ésta es la segunda justa olímpica bajo el manto de la pandemia, pero Tokio fue mucho más ligera el verano pasado. Los chinos han instituido un riguroso “sistema de circuito cerrado” sumamente restrictivo.

Los protocolos de seguridad afectan casi todos los aspectos de nuestra vida cotidiana en China, así que cada uno hemos elegido un ejemplo de lo que más nos ha perjudicado.

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Nathan Fenno, sobre las pruebas diarias de coronavirus

Trabajadores con equipo de protección
Trabajadores con equipo de protección en el exterior de una sede de los Juegos Olímpicos de Invierno de Beijín. (Natacha Pisarenko / Associated Press)
(Natacha Pisarenko / Associated Press)

La primera vez que estuve a punto de vomitar sobre una mujer con traje de protección contra riesgos se produjo media hora después de aterrizar en el Aeropuerto Internacional de Beijín.

La fina sonda que pasó por el interior de mis fosas nasales la esperaba -forma parte de la lista de requisitos para quienes entran en la burbuja-, pero entonces la mujer desenfundó un enorme bastoncillo de algodón y me dijo que me tranquilizara.

Me puso el bastoncillo en la parte posterior de la garganta mientras los restos de una hamburguesa que había consumido en el vuelo desde Tokio se disparaban hacia esa parte del cuello. Me atraganté y escupí. Retiró el hisopo y me miró extrañada a través de un protector facial de plástico. Mientras tragaba con fuerza, le conté que tenía nauseas demasiado fuertes desde mi infancia, pero no le importó. Me volvió a meter el palillo de algodón en la garganta.

Nathan Fenno, redactor de The Angeles Times, se ha tenido que someter a una prueba diaria de detección de coronavirus durante los Juegos Olímpicos de Invierno 2022.

El verano pasado, los periodistas que cubrieron los Juegos Olímpicos de Tokio tuvieron que escupir en un pequeño frasco cada tres días para comprobar la presencia del COVID-19. Pero con el aumento de la variante Ómicron y el enfoque de tolerancia cero de China, los organizadores de las olimpiadas de invierno adoptaron mecanismos más invasivos. Cada persona dentro de la burbuja ha sido sometida a un análisis diario, con algo así como 1.7 millones de detecciones administradas desde el 23 de enero. Tus amígdalas son de ellos.

Los empleados con trajes de protección están de guardia en todos los hoteles de la villa olímpica. Escanean tu credencial, el código de barras de un frasco con tapa roja, te dicen que te relajes y que te pongas a trabajar. Escupes un “Gracias”, aunque el sentimiento es menos de agradecimiento y más de cuestionamiento de las elecciones de vida que te han llevado a este nauseabundo aprieto.

Saltarse la prueba no es una opción. Si no te la han hecho, simplemente no puedes salir del hotel.

A medida que pasaban los días, el primer colega que pasaba por la fila cada mañana enviaba un mensaje de texto al resto de nosotros para informarnos sobre la agresividad de la persona encargada de hacer la detección del virus. Rápidamente aprendimos a completar la tarea antes del desayuno.

Nuestras voces se volvieron más roncas. Seguimos lidiando contra la sensación de atasco en nuestras gargantas.

David Wharton, acerca de la restricción de movimientos

Controles de seguridad en el exterior del hote
Controles de seguridad en el exterior del hotel Crowne Plaza Sun Palace de Beijín durante los Juegos Olímpicos de Invierno 2022. (Nathan Fenno / Los Angeles Times)
(Nathan Fenno / Los Angeles Times)

En cualquier momento, de día o de noche, puedo ver por la ventana a un puñado de policías que vigilan la valla temporal que rodea mi hotel. No una, sino dos barreras deben ser retiradas para que los vehículos puedan entrar. El personal de seguridad en un pequeño remolque, equipado con grandes monitores de televisión, ronda el recinto las 24 horas del día.

Las medidas contra el coronavirus son un asunto serio en esta olimpiada. La ciudad se ha esforzado por aislarse de los miles de atletas, entrenadores, funcionarios y medios de comunicación que llegaron durante las tres semanas de competencias.

Nuestras vidas herméticamente selladas están restringidas a: El hotel, el centro de medios, las sedes. La actividad física se limita a recorrer los mismos pasillos, a sentarse en las mismas gradas, a volver a la misma habitación cada noche, con solo unos pocos pasos necesarios para ir desde cualquiera de estos sitios a los autobuses que esperan dentro de la burbuja.

Mirando las fotos a color de atracciones turísticas como el Palacio de Verano y el Templo del Cielo en las paredes del centro de medios, un colega comentó: “Genial, todo lo que no podemos ir a ver”.

Two journalists from Azerbaijan
Dos periodistas de Azerbaiyán posan para una selfie con dos trabajadores del transporte olímpico de Beijín en la estación de tren de Taizicheng. (Gary Ambrose / Para The Times)
(Gary Ambrose / For The Times)

Los investigadores han descubierto que el cautiverio altera los instintos naturales de los animales salvajes y últimamente he llegado a sospechar que lo mismo podría ocurrir con los periodistas olímpicos.

La frustración y el rechinar de dientes son comunes a ambos grupos. También lo son los comportamientos repetitivos y a menudo destructivos que, en nuestro caso, se manifiestan en el constante examen de la mesa de aperitivos de la oficina, cogiendo otro caramelo, unas cuantas galletas, cualquier cosa.

Pero hay una diferencia: Los animales del zoológico canalizan la ansiedad a través de un excesivo acicalamiento, pero nosotros nos hemos deslizado en la dirección contraria, bañándonos de forma irregular, vistiendo los mismos pantalones durante varios días.

Me preocupan otros posibles síntomas -la degeneración de los capilares cerebrales, las ramas dendríticas y las conexiones sinápticas- que contribuyen a la disminución de la memoria y a la toma de decisiones. Eso describe ciertamente mi escritura después de casi un mes en los Juegos de Beijín.

Thuc Nhi Nguyen, sobre el transporte olímpico

A member of Italy's Olympic delegation and a Beijing Olympics transportation worker push luggage carts.
Un miembro de la delegación olímpica italiana, a la izquierda, y un trabajador del transporte de los Juegos Olímpicos empujan carros de equipaje. (Gary Ambrose / Para el Times)
(Gary Ambrose / For The Times)

Únicamente en la villa de Beijín la distancia más corta entre dos puntos es un autobús alrededor de la manzana.

Las limitaciones del sistema de burbuja cerrada han elevado un rito olímpico ya de por sí complicado -el viaje en autobús- a niveles casi imposibles. Incluso cruzar la calle a pie ha sido difícil.

Estos extensos Juegos de Invierno abarcan sedes en tres zonas: Beijín, Yanqing, al noroeste, y Zhangjiakou, aún más lejos.

Una guía de transporte de 144 páginas recoge unas 50 rutas de autobús, aunque los horarios diarios suelen cambiar en función de la competencia y, bueno, del día. Para desplazarse ha sido necesario buscar los tiempos de salida de cada vehículo cada mañana.

En promedio, he hecho cuatro viajes en autobús al día, y a veces hasta ocho. También ha habido recorridos en un tren de alta velocidad entre las diferentes zonas.

Resolver el rompecabezas del transporte lo debería hacer a uno merecedor de una medalla de oro.

A worker in protective gear disinfects an Olympic shuttle bus at the Beijing Games.
Un trabajador con equipo de protección desinfecta un autobús olímpico en los Juegos de Beijín. (Jae C. Hong / Associated Press)
(Jae C. Hong / Associated Press)

Pero no todo ha sido malo. Localicé calefactores en el autobús y me senté cerca de ellos después de soportar temperaturas bajo cero. Memoricé los números de los vehículos y utilicé el tiempo de desplazamiento como una escapada tranquila. Después de cubrir la final masculina de snowboard, subí al transporte y me encontré con el medallista de oro, Max Parrot, a bordo.

En los trenes que van de Beijín a Zhangjiakou, pasé los 50 minutos de viaje mirando por la ventanilla la campiña china besada por la escarcha y observando el giro de las turbinas eólicas. El cielo se transformó en tonos pastel púrpura, rosa y naranja durante los primeros trayectos de la tarde.

Mientras nuestros autobuses olímpicos de color verde brillante atravesaban las ciudades, la gente en la acera a veces saludaba. Aunque miraba sus rostros sin mascarilla facial con envidia, el mero hecho de ver a alguien sonreír me alegraba.

Stephanie Yang, sobre la comida

Comenzó con un rumor, un texto, un chivatazo.

El rumor en las calles cerradas era que, en algún lugar dentro de este laberinto de barricadas y rutas de autobús, había té de burbujas o banderillas de cordero o un pato asado entero para ser desmenuzado en la mesa.

En épocas normales, no faltarían platos sorprendentes y cocina local en los alrededores de Beijín, pero los protocolos del COVID-19 han mantenido la mayor parte de eso fuera del alcance, relegando a los periodistas a la comida de cafetería. Algunos de los reportajes más perseverantes de esta justa olímpica no han sido sobre los atletas o las competencias, sino sobre dónde encontrar una buena comida.

Hot pot with different ingredients in it
Agua caliente con cero especias es uno de los platos menos atractivos preparados por robots para los periodistas en los Juegos Olímpicos de Invierno de Beijín. (Stephanie Yang / Los Angeles Times)
(Stephanie Yang / Los Angeles Times)

No existe una guía Zagat para la comida dentro de las villas, ni Yelp para las ofertas pandémicas de cada hotel. Lo que existe en su lugar es una red informal de susurros.

He interrogado a amigos y antiguos colegas sobre los mejores lugares y platos disponibles en sus hoteles, y he transmitido esa información. Otros han dado un paso adelante, llamando a los lugares de hospedaje para conseguir los menús de los restaurantes, que pueden cambiar de un día para otro.

En busca de un consejo, pregunté a los voluntarios del mostrador de ayuda del centro de prensa si me permitían ir al hotel de al lado. “He oído que allí tienen comida caliente”, expliqué.

La voluntaria se mostró intrigada, antes de explicar que tendría que coger un autobús, otra complicación habitual a la hora de probar diferentes restaurantes.

A continuación, me preguntó qué tal era la cafetería de los medios de comunicación, ya que ella comía todos los días en el área de los trabajadores al final del pasillo. Le dije, con cierta pena, que estaba bien, pero que no era muy auténtico.

En Zhangjiakou, un amigo me recomendó que visitara una tienda de comestibles escondida en el patio de su hotel. La recompensa fue inmediata, ya que me llené los brazos de galletas, caramelos y otros aperitivos que no había encontrado en ningún otro sitio. Al comer mi mejor platillo de la burbuja, con cerdo cocido dos veces, patatas picantes desmenuzadas y tortitas de cebolla, avisé inmediatamente a mis amistades enviándoles fotos.

“Muchas gracias”, dijo una compañera al día siguiente, “me has salvado la vida”.

John Cherwa, sobre las restricciones de Internet

A security officer watches over the entrance of the Crowne Plaza Sun Palace hotel.
Un agente de seguridad cuida la entrada del hotel Crowne Plaza Sun Palace en Beijín. El remolque de la policía, a la derecha, está equipado con monitores de televisión que permiten a las autoridades ver las imágenes de las cámaras de vigilancia del recinto. (Gary Ambrose / Para The Times)
(Gary Ambrose / For The Times)

Al llegar a los Juegos Olímpicos, pocos nos dimos cuenta de la dependencia que teníamos del acceso a Internet.

Aunque se hizo una excepción en el centro de prensa, Google, Yahoo y los sistemas de búsqueda de información estaban bloqueados. No tenías suerte en tu hotel ni en las sedes. Te sentías aislado del mundo.

El poco acceso a nuestro Internet funcionó en ambos sentidos. Los periodistas de The Times tuvieron dificultades para utilizar algunos aspectos del sistema informático de nuestra empresa, que rechazaba prácticamente todo lo que tuviera una dirección IP de China.

Si éramos lo suficientemente insensatos como para intentar realizar transacciones financieras, como el pago de facturas o el acceso a una cuenta de tarjeta de crédito, también éramos rechazados. Al no estar en casa durante tres semanas, tuvimos que pedirle a otra persona que se ocupara de los asuntos o que se retrasara la liquidación de las cuentas.

Cuando The Times instaló una línea VPN desde nuestra oficina hasta Los Ángeles, pensé: ‘Oye, quizá pueda conectarme a Hulu o Netflix’. No, de alguna manera se dieron cuenta de que estaba en China y me recibió con un mensaje de reprimenda por intentar obtener el servicio desde una zona no autorizada.

Pero había una línea de comunicación con Estados Unidos que ni siquiera China podía detener. Un aspecto de nuestra vida normal que no dejamos atrás al entrar en el sistema de circuito cerrado.

El otro día, a las 5:09 de la mañana, mi teléfono móvil me despertó con una llamada de la ciudad de Canal Fulton, Ohio. Una voz grabada me recordaba que la garantía de mi coche caducaba. Y ese era mi último aviso.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí.

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