Anuncio

En la ruta del asesino Golden State Killer, el terror todavía está presente

Share

En la década de 1970, miles de familias se mudaron a los suburbios de Sacramento con calles frescas y espacios abiertos para que sus hijos pudieran jugar a voluntad.

Los niños pasaban los días de verano montando bicicletas en lotes vacíos y huertos de perales, y jugaban hasta altas horas de la noche en los callejones cerrados.

Esa sensación de seguridad se hizo añicos cuando un violador comenzó a atacar a mujeres y adolescentes en 1976, lo que provocó el pánico en toda la región.

Anuncio

Pero cuando el mismo hombre llegó a una tranquila comunidad de playa en el Condado de Orange cuatro años más tarde, golpeando a una pareja hasta la muerte, mucha gente ni siquiera se enteró. En la cuadra donde ocurrió la matanza, las reacciones horrorizadas rápidamente dieron paso a vagos rumores de que un negocio de drogas había salido mal, haciendo que los vecinos sintieran que no serían el objetivos de futuros ataques.

La estela de crímenes del Golden State Killer, al menos 12 asesinatos y 46 violaciones entre 1974 y 1986, causó terror en algunos lugares y apenas se registró en otros.

Eliminó la tranquilidad suburbana en las áreas de Visalia y Sacramento. Pero sus violaciones y asesinatos en el sur de California parecían desconectados, no parecía obra de un hombre, sino de asesinos separados que probablemente conocían a las víctimas.

En las casi dos semanas desde que las autoridades arrestaron a Joseph James DeAngelo Jr., de 72 años, y lo acusaron de ocho de los asesinatos, los residentes de las comunidades atacadas por Golden State Killer están reviviendo una pesadilla o se dan cuenta de cuán cerca estuvieron del asesino.

Visalia

Las autoridades dicen que sus crímenes comenzaron en Visalia en 1974.

Cuando Terry Ommen se mudó allí desde Los Ángeles dos años antes para unirse al departamento de policía, solo 32,000 personas vivían en la ciudad agrícola a lo largo de la Carretera 198.

“Mucha gente veía Visalia como una pequeña ciudad soñolienta donde nada terriblemente malo pasa”, dijo. “Entonces, ¿por qué molestarse en cerrar puertas o cerrar ventanas?”

Joe DeAngelo, un veterano de Vietnam y graduado de Cal State Sacramento, tomó un trabajo cercano como oficial en el departamento de policía en Exeter, un pequeño pueblo cerca de la carretera que los viajeros toman hacia las secuoyas gigantes.

Los primeros delitos del violador y asesino en serie comenzaron en abril, cuando un hombre se escabulló por las calles y callejones de Visalia por la noche, robando casas. Rompió cajones, cortinas y muebles, ganando el nombre de Visalia Ransacker.

Pat Monno regresó de una visita a la casa de su hermana en Fresno para encontrar su casa destrozada. “Cada cajón de la cocina, todo, tirado en el piso”, dijo Monno, ahora de 83 años. Entró en su habitación y vio que alguien se había quitado la ropa interior y la había colocado por el pasillo y en la sala de la casa.

El ladrón esparció las joyas de su esposa, pero no se llevó nada, ni siquiera los pendientes de diamantes. Cogió una moneda de Eisenhower, algunas fotos enmarcadas, cartuchos de escopeta y una pistola.

Una noche después del robo, el ratero llamó a la casa de Monno. Su esposa respondió y dejó escapar un grito.

Monno levantó el auricular y preguntó: “¿Quién es?”

“Voy a decirte lo mismo que le dije a tu esposa”, dijo el ranchero con voz suave y lenta. “Voy a matarla, voy a matarte, y voy a matar a tu hija”.

Monno respondió: “Cometiste un error: dejaste mi escopeta. Así que puedes intentarlo, pero te estaré esperando”.

El ladrón no regresó. Unas semanas después del robo, Claude Snelling, un profesor de periodismo en el Colegio de las Sequoias, se despertó al escuchar un sonido afuera. Dio un paso hacia su patio trasero y se enfrentó a un hombre enmascarado que estaba secuestrando a su hija adolescente.

El sospechoso sacó una pistola, el revólver robado a Monno, y disparó a Snelling hasta que lo mató. El asesino huyo pero no logró llevarse a la chica. La muerte aterrorizó a un pueblo que ya estaba nervioso por casi 100 robos.

Las personas comenzaron a cambiar su comportamiento: no confiaban tanto en los vecinos y comenzaron a cerrar puertas y ventanas. “Era algo así como que todos sospechaban un poco de todos”, dijo Ommen, el oficial de policía. Recordó hacer un arresto menor que llamó la atención de los transeúntes, que le preguntaron si era “el asesino”.

Clint Walker oyó los disparos que mataron a Snelling, y aún vive en la casa del otro lado de la calle. Observó con tristeza cómo la viuda de la víctima, como muchas otras personas, instaló luces automáticas para mayor seguridad.

Él se sintio profundamente afectado por el asesinato, dijo, y desde entonces se ha preocupado por el crimen. Compró una pistola y obtuvo un permiso para portarla de manera oculta. “Es triste. No me gusta”, dijo. “Este era un último recurso”.

En diciembre de 1975, los robos en Visalia cesaron.

Sacramento

DeAngelo se mudó al norte para tomar un trabajo con el Departamento de Policía de Auburn a las afueras de Sacramento a principios de 1976.

En las inmediaciones de Rancho Cordova, Steve Stagnaro, de 12 años, paseaba despreocupadamente rumbo a la escuela junto a una zanja de riego con sus amigos, deteniéndose en cualquier sitio para jugar.

Ese verano, Stagnaro leyó los titulares de periódicos -violaciones a pocas cuadras de su casa- mientras guardaba los periódicos en su bolsa para su ruta de distribcion del periodico.

Hubo un ataque contra Benny Way, donde vivía la chica de la que estaba enamorado, luego uno en La Gloria Way, donde había otra chica que le gustaba. Él y sus amigos trataron de encontrar al violador, al estilo de los superhéroes, al comparar las caras de las personas que encontraban con el boceto de la policía. “Parecía que todo el mundo se parecía”, recordó Stagnaro, ahora de 54 años. “Era de lo único de lo que hablábamos todo el tiempo”.

En casa, se sentía seguro con las armas de caza de su padre y el perro de la familia, una mezcla de Gran Danés y San Bernardo.

Pero su madre no. Ann Sandner comenzó a verificar dos veces que las puertas y ventanas estuvieran cerradas, y colocó una tabla en las puertas corredizas de vidrio para que no pudieran abrirse desde el exterior. No tenían aire acondicionado, pero dormían con las ventanas cerradas, a pesar del calor del verano.

“Recuerdo que tenía miedo por nuestros niños y por nosotros mismos”, dijo Sandner, ahora de 80 años.

Los detalles sádicos de los ataques solo agudizaron el miedo. Las parejas se despertaban con una linterna en la cara y el intruso las vendaba con cordones de zapatos o cortinas. Violaría a la mujer, buscaría en la casa joyas o monedas raras, comería en el refrigerador y volvería a violar a las mujeres. A veces se demoraba por horas, jugando con sus víctimas. Atados en la oscuridad, no podían verlo, y nunca estaban seguros de cuándo se había ido. Semanas más tarde, el violador a veces llamaba para provocar a las mujeres y amenazar con visitarlas nuevamente.

El terror se quedó con Sandner durante casi una década.

O.M. Wichmann, que vive en la calle desde donde se produjo la primera violación, solía estar sola en casa a fines de los ‘70: sus tres hijos entraban y salían de la casa y su marido en el trabajo.

Su colega en la tienda de alfombras donde trabajaba estaba aterrorizada ofreciéndose a quedarse con ella. Su esposo pronto instaló un sistema de alarma, compró una pistola y dejó de ir a la ciudad por su trabajo como reparador de casas móviles.

Comenzaron a sospechar de caras familiares.

“Mirabas a tu vecino y pensabas: “Dónde estuviste anoche’”, recordó Wichmann, ahora de 87 años.

Una tarde de febrero de 1978, Ann Miller-Wilson, de 10 años, y sus hermanos escucharon el ruido de algo que parecia unos petardos. Cuando los detectives llegaron al día siguiente preguntando qué vieron, supieron que eran disparos.

Una pareja que paseaba a su perro fue asesinada a tiros en el patio trasero al otro lado de la calle. Los investigadores pensaron que sin querer, descubrieron al violador que intentaba ingresar a una casa. Miller-Wilson y sus hermanos se sorprendieron.

Ella y sus hermanos se arrastraron hasta el camino de entrada donde ocurrió el tiroteo y vieron sangre que se había filtrado bajo una puerta.

Miller-Wilson, ahora de 51 años, dijo que los asesinatos cambiaron su infancia. Ya no se le permitía jugar afuera por la noche y se le prohibió ir a un parque cercano. Su madre les enseñó a las niñas a caminar hasta sus autos con las llaves en la mano.

En los últimos años, dijo, creció interesada en los casos de asesinatos no resueltos y devoró libros y foros en línea sobre el asesino.

“Siempre pensé, ¿es alguien que todos sabemos?”, dijo. “Pensé que iba a caer como Jack el Destripador y nunca lo sabríamos”.

Los crímenes se desplazaron hacia el sudoeste, golpeando comunidades tranquilas de casas amplias ubicadas al sur de la carretera interestatal 680 en East Bay: Walnut Creek, Concord, San Ramon y Danville.

Los asesinatos cesaron en el norte de California en julio de 1979, más o menos cuando a DeAngelo robó una lata de repelente para perros y un martillo de una tienda Pay ‘N Save en Citrus Heights. Fue declarado culpable de un delito menor por el robo en agosto y despedido de la policía de Auburn.

Los asesinatos comenzaron en el sur de California en diciembre: una pareja murió en su casa cerca de Goleta, otra pareja murió en Ventura en el mes de marzo.

La policía no vio ninguna conexión entre los dos grupos de asesinatos, ni ningún vínculo con los ataques que ocurrieron en el norte del estado.

Dana Point

En agosto de 1980, el asesino apareció más al sur, en un vecindario cerrado justo a las afueras de Dana Point. Keith Harrington se había mudado recientemente a la casa de la playa de su padre en Cockleshell Drive con su nueva esposa, Patricia, mientras terminaba sus estudios en la Facultad de Medicina en UCI. Estaban poniendo un sistema de rociadores.

El asesino se deslizó en la casa de los Harrington el 19 de agosto, ató a la pareja con una cuerda tipo macrame, violó a Patricia y los mató a golpes con la cabeza de un aspersor de latón que había encontrado en el patio.

El padre de Keith encontró sus cuerpos dos días después.

Una residente de esa calle, que informó que su propia casa había sido saqueada una semana antes del asesinato, y que el culpable había dejado monedas raras robadas de otro vecino. También dijo que su perro asustó a un hombre que intentaba entrar algunas noches antes de los asesinatos de Harrington.

Los investigadores del sheriff del condado de Orange dijeron que el asesino vigiló los vecindarios durante varios días antes de atacar.

Carole Daly, que vivía en la cuadra siguiente con sus dos hijos, recuerda a su hijo mayor, que entonces tenía 15 años, que volvía a casa después de surfear. “El señor Harrington está sentado en la acera llorando y la policía está por todas partes”, recordó que le dijo el niño.

Ella entró en pánico cuando oyó que la pareja había sido asesinada. Cerró puertas y puso mantas en las ventanas. “Nos dio mucho miedo”, dijo. “No sabíamos lo que había pasó”.

La casa de Harrington se hizo conocida como “la casa del asesinato”.

El temor dio paso a rumores falsos: los vecinos especulaban que había sido una matanza al estilo de la mafia, o que la pareja consumía drogas y, por lo tanto, estaban conectadas a algún mundo subterráneo.

“Hubo muchas sospechas sobre quién lo hizo”, dijo John Lee, ahora de 46 años.

El padre, Roger Harrington, solía dejar que Lee, un niño pequeño obsesionado con las herramientas, jugara en su garaje. Arregló una tabla con clavos para que el chico martilleara.

“Eran personas agradables”, dijo Lee.

Unos años después del asesinato, el amigo de Lee, Jake, se mudó a “la casa del asesinato”. Construyeron una pista para skateboarding en el patio trasero y casi se olvidaron de las muertes.

Irvine

El asesino regresó al sur del Condado de Orange al menos dos veces, golpeando luego en Irvine, donde los residentes estaban tan desconcertados como los de Dana Point.

Bob Cart, de 73 años, y su esposa se mudaron a su casa de un piso en 1979 en la subdivisión de Northwood.

Como tantos otros en esa comunidad, eran una familia joven, con una hija pequeña.

El vecindario estaba recién construido en los naranjales.

En febrero de 1981, Cart regresó del trabajo a su casa en Laguna Hills Mall y su esposa le dijo que una mujer, Manuela Witthuhn, de 28 años, -despues sabría su nombre-había sido asesinada en su casa cercana.

La policía de Irvine dijo que Witthuhn fue violada y golpeada y que el crimen no parecía estar relacionado con otros en el área.

La esposa de Cart estaba asustada. Ella compró a Mace. Pusieron varillas en todas las ventanas, sabiendo que el asesino había entrado por una puerta corrediza de vidrio. Cada vez que Cart salió de la ciudad, hizo que sus padres hicieran el viaje de 9 horas desde Lake County para quedarse con ella y su hija.

Finalmente, el miedo se desvaneció. Se consolaban falsamente al creer que el asesino había atacado específicamente a Witthuhn.

Llevábamos aquí un par de años, y sabíamos que era un buen lugar”, dijo Cart. “Compramos la historia de que alguien la siguió desde fuera del área, que así fue como llegó el asesino hasta aquí”.

Otras personas, incluidos amigos de la víctima, pensaban que el asesino estaba más cerca de casa: el marido, David Witthuhn, estaba obsesionado por la sospecha de la policía y la familia de su esposa de que él la había matado. El ADN lo vindicó después de casi dos décadas. Witthuhn murió en 2008.

Goleta

El asesino luego reapareció en el condado de Santa Bárbara en julio de 1981, esta vez atacó a una pareja al norte de Goleta, en Toltec Way, golpeándolos y matándolos a tiros.

Adrian Peyrat, de 82 años, un maestro jubilado, dijo que estaba en casa y despierto cuando escuchó lo que pensó que era un disparo. Recordó haberse parado en la bañera, mirando por una pequeña ventana, pero no pudo ver nada. A la mañana siguiente, los detectives tocaron la puerta.

Peyrat dijo que la gente comenzó a cerrar sus puertas y creó un sistema vecinal de vigilancia.

Eric Wilke, de 49 años, que vivía a pocas casas de distancia, dijo que sus padres lo obligaban a entrar después del anochecer. El callejón sin salida, generalmente bullicioso con niños, quedaba vacío al anochecer.

Al igual que en Dana Point, los residentes trataron de explicarse las muertes, suponiendo que eran el resultado de un negocio de drogas. La casa nunca perdió su estigma.

Secuelas

El asesino aparentemente inaccesible golpeó una vez más un desarrollo sw Irvine de Irvine el 4 de mayo de 1986, violando y matando a Janelle Cruz, de 18 años.

No fue sino hasta el año 2000 que los detectives conectaron 12 de las muertes no resueltas y se dieron cuenta de que eran obra de un asesino en serie, pero nadie tenía idea de quién era el sospechoso.

Pero un libro sobre las violaciones y los asesinatos publicados en febrero, y luego el arresto de DeAngelo el 24 de abril, afloraron recuerdos en todos los vecindarios que el asesino golpeó.

A Carole Daly en Dana Point, la asustó saber que un asesino en serie había acechado en el vecindario en el que sus hijos jugaban libremente.

La noticia sacó a relucir otro incidente que había sido olvidado: en los años posteriores a los asesinatos, recibió el llamado de un hombre que dijo que iba a matarla. Cuando leyó recientemente que un investigador principal en las violaciones del área de Sacramento compartió su nombre, tuvo que preguntarse si esa voz amenazante era la del asesino.

Para Miller-Wilson, quien escuchó los disparos que mataron a sus vecinos cuando era una niña en Rancho Cordova, la emoción confusa se intensificó. Calculó qué tan cerca vivía el sospechoso de su casa: 3.3 millas.

Con su hija, condujo hasta la casa de DeAngelo tres veces, debido a una mezcla de curiosidad y tristeza. Ella estaba impresionada por lo normal y aburrida que parecía su casa.

“Un monstruo vivió allí”, dijo, “Y simplemente caminaba entre nosotros”.

*Esta historia fue reportada por Victoria Kim, Sarah Parvini, Hailey Branson-Potts, Ruben Vives y Joe Mozingo. Fue escrito por Mozingo.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

Anuncio