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Jóvenes y con ganas de ayudar: así eran los marines de California que murieron en Kabul

The Murrieta Police Department Honor Guard
La guardia de honor del Departamento de Policía de Murrieta forma fila en el anfiteatro de Town Square Park para honrar a los marines del Sur de California que fallecieron en un atentado suicida en el aeropuerto de Kabul.
(Francine Orr / Los Angeles Times)
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Shana Chappell se concentra en la pantalla de su celular, buscando un video de su hijo, Kareem Nikoui. Ese en el que está entreteniendo a la niña afgana, para alejar su mente del caos que los rodeaba en el aeropuerto de Kabul.

Hay un bote de basura de metal en el porche de la casa de Chappell, en Norco, lleno hasta la mitad de colillas de cigarrillos. Su voz es ronca, sus ojos están apagados por la fatiga. Finalmente, lo encuentra, cerca del mensaje que ella le envió: “Necesito saber algo de ti”.

Ella presiona reproducir y muestra el teléfono. Una chica de cabello castaño, con una camisa rosa y jeans, sonríe a la cámara. Suena una voz amistosa: “Di ‘hola’ a la cámara. Di ‘hola’. Saluda”.

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“Esa es su voz”, dice, luego se queda en silencio.

Chappell no ha dormido durante tres días, desde que se enteró de que su hijo, el cabo primero de Marina con un gran corazón, que amaba el jujitsu, el boxeo y columpiarse en un parque cercano con su hermano menor, Steven, murió en el atentado suicida con una bomba en el aeropuerto internacional Hamid Karzai, el 26 de agosto. El joven tenía 20 años.

Nikoui fue uno de los 13 estadounidenses que fallecieron en la explosión mientras ayudaban a familias desesperadas por abandonar su país, devastado por la guerra; uno de los cuatro marines de California cuyos cuerpos en ataúdes cubiertos con banderas están ahora regresando a casa, a sitios como Norco, Indio, Roseville y Rancho Cucamonga.

Sus familias y comunidades quieren que se sepa quiénes son: Nikoui y la sargento Nicole Gee, de 23 años; el cabo segundo Dylan Merola, de 20, y el cabo primero Hunter López, de 22.

Desean que se conozcan más detalles sobre sus vidas como por ejemplo que: Nikoui pensaba alistarse en la Infantería de Marina desde que era un niño. López quería unirse al Departamento del Sheriff del Condado de Riverside, para seguir los pasos de sus padres. Gee no se enlistó hasta que se graduó de la preparatoria y se fugó con su novio. Merola aún no tenía su licencia de conducir.

Quieren que se les recuerde.

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Kareem M. Nikoui

A young Marine poses for a photo with his mother
El cabo segundo Kareem Nikoui soñaba con ser un marine desde que era niño, relató su madre, Shana Chappell.
(Nikoui/Chappell family)

Esta es la historia favorita de Chappell sobre su hijo, el cuarto de cinco: todos los viernes, cuando Nikoui tenía base en Camp Pendleton, Chappell conducía unas 80 millas para recogerlo y llevarlo a casa durante el fin de semana -esa misma casa que ahora luce cintas negras y banderas de Estados Unidos-. Todos los domingos, ella lo llevaba de regreso.

Cuando volvió de Pendleton, después de dejarlo allí, para su cumpleaños en 2020, encontró una nota en su almohada. “Decía que lamentaba no haberme comprado nada para mi cumpleaños”, relata Chappell, “pero que en ese momento tenía poco dinero”.

También mencionaba que la amaba, que no preferiría a ninguna otra mamá en el mundo.

Este julio, cuando llegó el cumpleaños de Chappell, Nikoui estaba en Kabul. Pero los regalos de su hijo comenzaron a llegar desde el día anterior y continuaron hasta que terminó la celebración. Pantuflas y zapatos, jabones y lociones. Pinturas que había encargado de sus perros: Niko, Komodo y King. “Este cumpleaños tenía dinero para gastar”, relató ella. “Solo quería hacer algo bueno por su mamá”.

Chappell acaba de regresar de la Base de la Fuerza Aérea de Dover, donde vio cómo los ataúdes se trasladaban suavemente desde un avión de carga C-17. Y donde se reunió con Joseph Biden, el hombre al que se niega a llamar presidente. Ella le confesó que no deseaba hablar con él, pero que lo hacía por respeto a su hijo fallecido. También le expresó que nunca volvería a abrazar a su hijo, y que era culpa suya. “La sangre de mi hijo”, le dijo, “está en tus manos”.

Nicole L. Gee

Marines sit a row. One of their faces is illuminated
Nicole Gee, sargento de Marina (segunda desde la izquierda), apoyando las operaciones de evacuación en Kabul. Gee tenía un espíritu competitivo, era buena escuchando a los demás y sobresalía en todo lo que intentaba, destacó su familia.
(U.S. Marine Corps)

Martes por la noche. Plaza de la ciudad de Roseville. Cientos de personas se reunieron bajo la dorada luz del sol en una vigilia por la sargento de la sonrisa brillante y el sueño de formar una familia.

Agentes policiales locales y personal militar de Estados Unidos, vestidos de civil y uniformados, jóvenes y viejos, rodearon a la familia de Gee: su novio de la preparatoria que se convirtió en su compañero marine y esposo, Jarod Gee, de 24 años; su hermana, Misty Fuoco, de 26; y su padre, Richard Herrera, de 56.

Gee se dirigió a Afganistán el 14 de agosto. Seis días antes de la explosión fatal, publicó una foto de sí misma en Instagram, acunando a un bebé afgano, con la leyenda “Amo mi trabajo”.

Ese patriotismo y amor por el servicio eran parte del lenguaje común de la multitud. Cuando la alcaldesa de Roseville, Krista Bernasconi, una veterana de la Marina de EE.UU, pidió a los otros veteranos que se pusieran de pie, un mar de brazos y banderas ondeantes se levantaron, como uno solo.

“Era una sargento bastante ruda”, afirmó la hermana de Gee, parada en el estrado, con una enorme bandera detrás, y recordó la angustia de Gee por perder 12 libras de músculo en el campo de práctica, donde no podía hacer suficientes entrenamientos. “Pero Nicole era mucho más que eso”, destacó Fuoco.

Tenía un espíritu competitivo, era buena escuchando a los demás, sobresalía en todo lo que intentaba, añadió su familia.

Se graduó de la preparatoria con un GPA de 4.1 y podía levantar 280 libras, más del doble de su peso corporal. Se esforzaba y alentaba a los demás: ayudaba a su hermano menor, Thor, con su tarea, y animaba a su amiga y compañera marine Erin Libolt en los duros entrenamientos.

Cuando Herrera subió al escenario, el martes por la noche, su voz vaciló. “No puedo creer que esta chica haya reunido a todas estas personas”, dijo, mirando a la multitud. La rodilla de Jarod Gee rebotaba mientras escuchaba una historia sobre su difunta esposa cuando era niña, que había dominado sin miedo las pistas la primera vez que su familia fue a esquiar.

Herrera no habló demasiado. “El mundo está mirando a Roseville”, le indicó a la multitud, respirando profundamente, “así que haz lo correcto”. Después revolvió las páginas del atril que tenía delante. Hizo una pausa, como si estuviera a punto de empezar de nuevo. Suspiró fuertemente y se alejó del micrófono. Cuando finalmente volvió a enfrentarse a la gente, no pudo encontrar más para decir, excepto “Dios te bendiga, Nicole”. Y, “Nunca la olviden, por favor. Nunca la olviden”.

Dylan R. Merola

Lance Cpl. Dylan R. Merola in a Marine bio photo
El cabo segundo Dylan R. Merola, de 20, de Rancho Cucamonga, planeaba estudiar ingeniería después de su servicio militar.
(1st Marine Division)

Cerca de Beryl Park, en Rancho Cucamonga, 13 banderas cuelgan de un paso elevado de la autopista, junto con globos rojos, blancos y azules. Hay una bandera doblada debajo de ellos y un letrero blanco: “Recuerda a los caídos... Semper Fi”.

Trece nombres están escritos en rojo, entre ellos uno de Rancho Cucamonga, “Cabo segundo Dylan Merola”.

Merola fue un chico de las artes dramáticas durante sus cuatro años en la preparatoria Los Osos High, muy involucrado en la tecnología del teatro, donde ayudaba con la iluminación, el sonido y la decoración. Era el tipo de estudiante que siempre preguntaba si alguien, quien fuese, necesitaba una mano.

“Él era el que llegaba temprano y se quedaba hasta tarde”, comentó Randy Shorts, director de teatro de la escuela. “Tenía gran disposición para servir y ser útil; simplemente para colaborar donde pudiera”.

En cada foto que tiene de Merola, agregó Shorts, el joven “está con su gran sonrisa, haciéndose el payaso”.

Hubo una vez en que Merola bailó con un amigo en un restaurante después de un espectáculo. Otra en la que posó en un barco pirata que había ayudado a construir, parado al frente como una escena del “Titanic”, con los brazos abiertos y un amigo detrás de él. “Definitivamente, era el tipo de niño que te haría reír”, comentó Shorts.

Cuando todo se siente demasiado abrumador, añadió el director, mira una foto de él y Merola, tomada hace un par de años durante una nevada sorpresa.

La clase de Shorts había salido a la calle para hacer una pelea con bolas de nieve. Shorts y Merola están sonriendo. “Esa ha sido mi pequeña imagen terapéutica”, agregó, “a la que verdaderamente me he aferrado en estos días”.

Merola se graduó en 2019. Planeaba ir a la universidad después de su paso por la Infantería de Marina y estudiar ingeniería, agregó Dakota Mancuso, quien conoció a Dylan en la clase de teatro técnico, cuando ambos eran estudiantes de segundo año, y se hicieron amigos.

Ambos habían hablado por última vez pocos días antes del atentado. Merola había sido llamado a Afganistán desde Jordania. “Dijo que tendría que evacuar el aeropuerto y que la situación no era muy buena”, relató Mancuso, de 20 años. “Tenía una lista de personas a las que estaba llamando... para asegurarse de hablar con todos los que conocía antes de irse”.

Mancuso quería enseñarle a su amigo a conducir. Le hacía ilusión la idea de que al fin iban a poder salir a tomar una cerveza juntos para celebrar su cumpleaños número 21. “No pudimos hacer ninguna de esas cosas”, dijo Mancuso. “Veinte años… no era [una persona] tan grande”.

Hunter López

Cpl. Hunter Lopez poses with a rifle in hand
El cabo segundo Hunter López soñaba con unirse al equipo SWAT en el departamento del sheriff donde trabajan sus padres.
(Riverside County Sheriff’s Department)

Hunter López encontró sus pasiones temprano.

Cuando tenía cinco años, el apasionado fan de Star Wars llamó a su hermano Owen, en honor al tío de Luke Skywalker, dijo su madre. Amaba Disneyland por el juego de Star Wars. Herman y Alicia López planeaban llevar a su hijo allí cuando regresara de Afganistán para que todos pudieran montar en la atracción más nueva: Rise of the Resistance.

Juntos.

Cuando tenía tres años, usó un diminuto uniforme de sheriff para la graduación de su madre de la academia. Alicia es agente del Departamento del Sheriff del Condado de Riverside y Herman, capitán. El joven marine soñaba con unirse al equipo SWAT en el departamento de sus padres.

“Iba a seguir los pasos de ellos”, comentó José Peralta, quien se hizo amigo de López durante el entrenamiento de infantería, al principio de sus carreras como marines.

Ambos conectaron gracias a “Nacho libre”, y soltaban a menudo las frases más famosas de la película de culto: “¿No les dijiste que eran las fichas del Señor?”, “¡Quítame ese maíz de la cara!”. Ambos hacían bromas y ayudaban a sus compañeros marines a obtener el permiso de uso de rifle en Camp Pendleton.

Peralta estaba decepcionado de no haber terminado en la misma compañía que López y otro amigo, Humberto Sánchez, antes de su despliegue en el Medio Oriente. Pero los tres pudieron reunirse durante unas horas, en agosto, mientras trabajaban en Kabul.

Allí intercambiaron historias sobre las multitudes y personas a las que habían ayudado; hablaron de lo cerca que estaban de volver a casa.

Al día siguiente, López y Sánchez se encontraban en el puesto de Abbey Gate, en el aeropuerto de Kabul. Peralta estaba en el aeródromo, a unos cientos de metros de distancia, cuando escuchó la explosión y vio humo, tierra y escombros que se elevaban en el aire. Él fue uno de los ocho infantes de marina que llevaron el ataúd de López al avión de transporte C-17, en Afganistán, para el vuelo.

Los oficiales que esperaban dieron un saludo final. Los ocho soldados depositaron el ataúd dentro de la aeronave. Mientras el capellán rezaba, se arrodillaron y lloraron. Él volvió a sostener su ataúd por última vez.

“Fue probablemente lo más difícil que tuve que hacer”, reconoció Peralta. “Nunca esperé que ninguno de mis amigos se fuera en ataúdes, con banderas sobre sus cuerpos”.

Peralta, quien todavía está en Medio Oriente, quiere que Sánchez y López sean recordados y celebrados. En Camp Pendleton, hay una montaña con cruces que llevan los nombres de los marines fallecidos. Él planea plantar cruces allí, para sus amigos caídos.

También le dijo a la familia de López que, si él y su esposa tienen un hijo, lo llamarán Hunter. “Espero que la gente los celebre y los recuerde”, añadió.

Eso es lo que él planea hacer. Por el resto de su vida.

Estrin reportó desde Roseville, La Ganga desde Norco y Mejia desde Rancho Cucamonga.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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