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Causa de muerte: ¿COVID-19, violencia policial o racismo?

Protesters march through Whittier
Los manifestantes marchan por Whittier para protestar contra la brutalidad policial. Los expertos en salud temen que las protestas puedan generar un aumento en los casos de COVID-19 entre los manifestantes que no usaron máscaras o no siguieron el distanciamiento social.
(Raul Roa/Daily Pilot)
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Los médicos y expertos en salud pública dicen que, en comparación con los estadounidenses blancos, los afroamericanos mueren prematura y desproporcionadamente de muchos males: enfermedades cardíacas, derrames cerebrales, COVID-19, violencia policial.

Las causas inmediatas de estas muertes tempranas varían. Pero hay una similitud en el patrón, según los expertos, y una fuente común de estadísticas sesgadas.

El racismo -no en su forma abierta, como insulto, sino del que está entretejido profundamente en las instituciones de la nación- perjudica a los 44 millones de estadounidenses que se identifican como negros y potencialmente acorta sus vidas, según quienes estudian las desigualdades raciales en la salud.

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Para algunos, incluido George Floyd, quien vivía en Minnesota, puede causar la muerte prematura en minutos. Para otros, una vida de desventajas se cobra su costo de formas más sutiles.

“En último término, el racismo es el pecado original aquí”, señaló el Dr. Georges Benjamin, director ejecutivo de la Asociación de Salud Pública Estadounidense. “El racismo ataca la salud física y mental de las personas”, agregó. “Es una crisis de salud pública en curso que necesita nuestra atención, ahora”.

Y en medio de una pandemia, Benjamin y otros temen que a medida que las multitudes llenen las calles para protestar por otro asesinato policial de un hombre negro desarmado, las personas de color vuelvan a soportar el peso desproporcionado de más infecciones.

Es una compensación agonizante, reconocen, pero difícilmente una elección. “He pasado los últimos meses implorando y exhortando a todos a protegerse, a reducir la propagación de este virus y salvar vidas”, expuso el Dr. Clyde W. Yancy, cardiólogo de la Facultad de Medicina Feinberg de la Universidad Northwestern, quien es afroamericano.

Pero después de la muerte de Floyd bajo la rodilla del oficial de policía de Minneapolis Derek Chauvin, “me di cuenta de que mi mayor riesgo no es el COVID-19. Es el color de mi piel”, reflexionó.

El Dr. Atheendar Venkataramani, internista e investigador de políticas de salud de la Universidad de Pensilvania, mide el poder que tiene la desesperación para erosionar la salud de poblaciones estadounidenses específicas. El médico formó parte de un equipo que evaluó los cambios en la salud mental de quienes viven en EE.UU en estados donde al menos un hombre negro desarmado había sido asesinado a manos de la policía.

En los tres meses posteriores a estas muertes, el equipo encontró una caída apreciable en el bienestar mental entre los estadounidenses negros, y cuantos más decesos hubo, mayor fue el efecto. En cambio, la salud mental no sufría en los casos en que la policía mataba a una persona negra que sí llevaba un arma.

El bienestar mental de los estadounidenses blancos no está asociado con encuentros policiales letales que involucran a estadounidenses negros armados o desarmados. Los hallazgos fueron publicados en 2018 en la revista médica The Lancet.

“No les estamos dando otra opción aquí”, señaló Venkataramani sobre la última oleada de protestas. La desatención de los problemas económicos, sociales y de salud de los afroamericanos ha sido “tan perniciosa, tan arraigada y tan predecible”, agregó. “¿Cómo no protestar para llamar la atención sobre estos temas?”.

En lenguaje médico, el racismo -incluido ese que ronda en tantas instituciones estadounidenses- es una toxina. Al igual que el aire contaminado, el estrés crónico y la desnutrición -que a menudo se derivan de la injusticia racial- su efecto es corrosivo.

Un bebé afroamericano nacido en 2017 tiene una esperanza de vida 3.5 años más corta que la de uno blanco. Si las desigualdades actuales persisten, el bebé negro tendrá casi 2.5 veces más probabilidades de vivir en la pobreza, casi el doble de posibilidades de abandonar la escuela antes de graduarse de preparatoria y más del 600% de probabilidad de ser encarcelado que su coetáneo blanco.

En el transcurso, el afroamericano promedio residirá en viviendas más pobres, tendrá menos acceso a alimentos saludables y estará más expuesto a contaminantes ambientales y delitos violentos que su contraparte blanca. Es mayormente probable que sufra obesidad, asma, diabetes, enfermedades cardíacas e hipertensión.

A pesar de esto, los estudios muestran que muchos médicos descuentan los males reportados por los pacientes afroamericanos, generando una desconfianza que a menudo los desalienta de buscar atención médica inmediata.

En los últimos meses, las desigualdades como estas han contribuido a un número mucho mayor de víctimas de coronavirus entre los afroamericanos que los estadounidenses blancos. Un análisis de los datos de la encuesta de la Universidad Johns Hopkins detectó que las tasas de infección por coronavirus fueron tres veces más altas en los condados con poblaciones predominantemente negras que en las mayormente blancas, y las tasas de mortalidad por COVID-19 fueron seis veces más elevadas.

Tanto en California como en Nueva York, los adultos afroamericanos están sobrerrepresentados al doble entre las muertes por COVID-19. En Michigan, su tasa de decesos es tres veces mayor que su densidad poblacional.

Bridget Goosby, una socióloga de la Universidad de Texas que estudia las disparidades de salud, comentó que la pandemia de COVID-19 ha dejado a muchas comunidades afroamericanas en un estado particularmente empobrecido.

La designación de “esencial” para numerosos trabajos con bajos salarios que son realizados por personas de color (conductores de reparto, trabajadores de hospitales, o de supermercados) preparó el escenario para que muchos se sintieran injustamente expuestos al peligro.

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Ello fue profundizado por historias como las de Deborah Gatewood, una extraccionista afroamericana en Detroit que murió después de que el hospital donde había trabajado durante 31 años le negó cuatro veces la realización de una prueba de coronavirus, y de Brittany Bruner-Ringo, una enfermera afroamericana a quien se le ordenó admitir a un paciente visiblemente enfermo en un centro de atención de demencia de alto nivel en Los Ángeles y falleció de COVID-19 un mes después.

A muchos estados les tomó meses comenzar a recopilar datos que confirmaran una sospecha generalizada: que la pandemia estaba afectando mucho más a los negros que a los blancos.

Luego, a mediados de mayo, los datos del Departamento de Policía de la ciudad de Nueva York revelaron que el 93% de sus arrestos vinculados con el cumplimiento de las reglas de distanciamiento social eran a negros y latinos. Mientras tanto, el presidente Trump aclamó a los manifestantes blancos armados que pedían la “liberación” de sus estados.

En medio de tanta pérdida de vidas, la pandemia cerró muchos de los lugares a los que los afroamericanos normalmente recurrían para buscar algo de consuelo y fortaleza, incluidos iglesias y salones de belleza, destacó Goosby.

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Incluso las familias grandes han tenido que mantenerse alejadas. “Hay un duelo colectivo”, consideró. “Y ya estás privado de tener esta red social, de poder llorar con otra gente. Entonces no sientes que tu pena es reconocida, o que algo ha cambiado”.

En esta dolorosa caja de hierba seca cayó la cerilla del asesinato bien documentado de Floyd. Para cualquiera que haya estado prestando algo de atención, “nada de esto es sorprendente”, añadió Goosby.

En un ensayo reciente publicado en el Journal of the American Medical Association (JAMA), Yancy escribió que el alto costo del COVID-19 en los afroamericanos había provocado un largamente esperado “momento de ajuste de cuentas ético”.

Estados Unidos “necesitó un desencadenante para abordar por completo las disparidades en la atención médica”, escribió. “El COVID-19 puede ser ese evento líder”.

Ahora el ajuste de cuentas ético del país es más urgente que nunca. “¿Cómo responde una sociedad civil -si es que somos civiles- no sólo al sufrimiento desproporcionado sino también a un legado de injusticia?”, se preguntó Yancy. “Pronto sabremos de qué está hecha nuestra población”.

A pesar de los acontecimientos recientes, insistió en que sigue siendo optimista. “Uno sólo puede esperar lo mejor”, enfatizó.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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