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Columna: La pandemia deja en claro que es hora de tratar internet como un servicio público

Al igual que la energía y el agua, la pandemia ha demostrado que Internet es una necesidad para los hogares. Es hora de que se regule como un servicio público.

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Después de meses de estar atrapados en casa, muchos estadounidenses saben muy bien que hay tres cosas sin las cuales no pueden vivir. Dos de ellas son la electricidad y el agua. La tercera, estoy seguro, será obvia para todos: acceso a internet.

Imaginemos este calvario prolongado sin poder trabajar o estudiar desde casa, sin correo electrónico; sin poder comprar en línea, sin acceder a videos y música.

Las pocas veces que se cortó el suministro eléctrico y/o el acceso a internet en mi casa desde que comenzó la pandemia (una de ellas esta semana), sentí que la vida se detenía por completo. La dura realidad del aislamiento se volvía imposible de ignorar. “Esto realmente se ha convertido en una necesidad para la supervivencia”, expuso Lisa Gilbert, vicepresidenta ejecutiva del grupo de defensa Public Citizen. “Es fundamental para el funcionamiento de la sociedad”. Por esa razón, continuó, “deberíamos tratar a internet como la electricidad o el agua”.

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Es decir, internet se volvió una utilidad y el acceso a ella debería regularse como tal. Y así opinan varios expertos en el campo. “Si no estaba claro antes, ahora sí es muy evidente que el acceso a internet es necesario para sobrevivir en nuestro mundo contemporáneo, similar a la electricidad”, expuso Catherine Powell, profesora de derecho en la Universidad de Fordham, que se centra en los derechos digitales y las libertades civiles.

Susan Aaronson, directora del Digital Trade and Data Governance Hub, de la Universidad George Washington, llegó a decir que el acceso a internet de alta velocidad asequible “es un servicio que el gobierno debería proporcionar”. “Es un bien público esencial y debe estar integrado en la ley, como lo hacen algunas naciones”, comentó. “Es fundamental para la igualdad de oportunidades, el acceso al crédito y a otros bienes públicos, así como para el acceso a la educación”.

Este es un tema aparte de los debates sobre la regulación del contenido de internet, o de si gigantes como Google y Facebook tienen demasiado poder.

La posición del gobierno estadounidense -por no mencionar a las empresas de telefonía y cable- es que internet es un servicio de libre mercado, punto y final. No es una utilidad.

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Ajit Pai, presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC, por sus siglas en inglés), piensa que la industria de internet solo merece lo que él llama una regulación “ligera”, es decir, casi ninguna regulación.

“El enfoque liviano de la FCC está funcionando”, declaró Pai el año pasado.

A primera vista, parece ser cierto. Durante la última década, el porcentaje de estadounidenses con acceso a internet de banda ancha aumentó de 74.5% a 93.5%, según un informe reciente de BroadbandNow, un sitio de comparación de servicios.

Mientras tanto, el índice de precios al consumidor del servicio de internet se mantuvo relativamente estable durante el mismo período, según la Oficina de Estadísticas Laborales de EE.UU.

El usuario promedio de internet en Estados Unidos paga alrededor de $60 al mes por el servicio. Pero los observadores de la industria sugieren que estamos midiendo mal las cosas. En lugar de comparar los precios actuales de internet con lo que pagamos hace 10 años, deberíamos comparar nuestros valores con lo que pagan las personas en otros países desarrollados.

Según ese criterio, los estadounidenses son muy mal tratados, no solo en términos de precios sino también en términos de calidad de servicio, es decir, velocidad.

Una comparación reciente de los cargos de banda ancha en todo el mundo, realizada por cable.co.uk -un proveedor de servicios de telecomunicaciones de Gran Bretaña-, encontró que Estados Unidos ocupa el puesto 119 entre 206 países, con costos mensuales que superan con creces los de Alemania, Gran Bretaña y Japón.

Otro estudio, de DecisionData.org, descubrió que aunque las velocidades de internet en EE.UU habían aumentado durante la última década, ni siquiera estamos entre los 10 principales (¿Quiere internet veloz? Múdese a Rumania).

“Los estadounidenses tienen la internet más lenta y cara del mundo”, enfatizó Ernesto Falcón, asesor legislativo sénior de Electronic Frontier Foundation.

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Las empresas de telecomunicaciones han aumentado constantemente los precios de internet para compensar el creciente número de clientes que abandonan sus planes de televisión por cable. A las compañías les gusta decir que la principal razón de estas alzas es la inversión en nuevas líneas de alta velocidad.

Pero Harold Feld, vicepresidente sénior del grupo de defensa Public Knowledge, señala que esto es engañoso. La mayoría de los cables de fibra óptica necesarios para el uso actual de internet ya están instalados, remarcó.

“En estos días, si desea que su red funcione más rápido, hablamos de actualizaciones de software, no de fibra nueva”, observó Feld sobre las excusas de la industria. “La única razón por la que nuestros precios de banda ancha son relativamente estables”, destacó, “es porque no hay mucha competencia”.

Además, no todo el mundo tiene igualdad de beneficios en un mundo conectado. Aproximadamente el 44% de los hogares con ingresos anuales inferiores a $30.000 no cuentan con servicio de banda ancha, según un informe del Pew Research Center del año pasado. Casi la mitad no tiene una computadora.

Esa factura mensual promedio de $60 por el acceso a internet puede no parecer exorbitante para muchas personas. Pero podría ser una carga onerosa para los hogares de bajos ingresos cuando tiene que competir con otras necesidades, como la comida y la renta.

Alok Gupta, profesor de ciencias de la información y decisiones en la Universidad de Minnesota, propuso dar a todos los estadounidenses “una tasa básica de acceso” a internet gratuita y luego cobrar más a quienes desean velocidades más rápidas o más uso de datos.

En otras palabras, todos recibirían suficiente ancho de banda para navegar por la red y enviar correos electrónicos. Las personas que quieran pasar todo el día viendo Netflix en alta definición pueden pagar más por el privilegio.

Parece una idea atractiva, no muy diferente de la noción de que el gobierno brinde a todos una cobertura de salud básica y luego permita que las aseguradoras privadas cobren por planes más completos. Pero eso no mitiga la necesidad de supervisión. El simple hecho es que si internet es una necesidad, como la electricidad y el agua, necesitamos reglas claras para garantizar el mayor acceso y el precio más bajo posible.

“Internet es el descendiente directo de la red telefónica de Estados Unidos”, remarcó Jeff Chester, director ejecutivo del Center for Digital Democracy, un grupo de defensa de los derechos digitales.

Hasta que se desreguló la industria de la telefonía, en las décadas de 1980 y 1990 —una medida que impulsó la competencia durante un tiempo antes de que la industria se reuniera en un puñado de grandes actores— “fue el primer servicio público de información”, indicó.

Internet ahora juega ese papel, añadió Chester.

Aaronson, de la Universidad George Washington, piensa que una de las razones por las que estamos a la zaga de otros países avanzados es porque no consideramos la banda ancha como un derecho, al igual que no entendemos la atención médica o la educación superior como cuestiones a las que todos tenemos derecho.

Esto, remarcó, es una mirada absolutamente miope. “El acceso a la banda ancha es esencial para que la sociedad en su conjunto tenga éxito”, expresó Aaronson.

Precisamente, la definición misma de un servicio público.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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