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A pesar de las advertencias por el coronavirus, algunos se niegan a abandonar sus rutinas

Patrons at a Hermosa Beach bar
Kim Schoen, izquierda, y Michelle Accardo se divierten en el Sports Pub de Patrick Molloy en Hermosa Beach. El gobernador de California Gavin Newsom ordenó el domingo el cierre de los bares debido a la propagación del coronavirus.
(Wally Skalij / Los Angeles Times)

Cuando las escuelas cerraron y los estantes de las tiendas se vaciaron de papel higiénico, Joseph Sánchez se dio cuenta de que la vida tal como la conocía estaba desapareciendo.

¿Qué sigue ¿Quizá los bares se cerrarían para detener la propagación del nuevo coronavirus que ha matado a más de 6.500 personas en todo el mundo?

Sánchez invitó a un amigo, Marcos Avina, a reunirse en su lugar favorito, Glendale Tap, para lo que llamó “un momento más de normalidad”.

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Su corazonada resultó ser cierta.

Mientras él y Avina bebían cervezas artesanales el domingo por la tarde en el bar del barrio de San Fernando Road, el gobernador Gavin Newsom anunció que los bares de California deberían cerrar sus puertas, los restaurantes deberían sentar a sus clientes dejando un espacio más amplio entre ellos y los ancianos deberían aislarse.

“Este podría ser el último bar al que vayamos en mucho tiempo”, dijo Avina, de 40 años, un empleado de Spectrum, la compañía de internet y cable.

(A finales del domingo, el alcalde Eric Garcetti fue aún más lejos, ordenando a los bares de Los Ángeles que cierren y a los restaurantes que suspendan el servicio hasta el 31 de marzo).

La directiva de Newsom se extendió por todo el estado de California un día en que algunas personas se refugiaron en sus casas con grandes reservas de provisiones mientras que otras se aventuraron a salir a almorzar o a dar un paseo por el centro comercial.

Muchos californianos de mayor edad sintieron que les arrebataban los placeres que tanto les había costado conseguir en sus años dorados: salidas con los nietos, desayunos con amigos, vestirse para la ópera.

Algunos ancianos estaban enojados y desafiantes, aún sabiendo que eran especialmente vulnerables al virus que causa la enfermedad conocida como COVID-19, que puede hacer estragos en los pulmones y tiene una tasa de mortalidad que aumenta exponencialmente con la edad.

Para los trabajadores de bares y restaurantes, se trata de algo más que la privación de simples momentos divertidos - es una cuestión de supervivencia.

“Entiendo por qué”, dijo Holly Halay, empleada de Glendale Tap, sobre la orden del gobernador. “Podríamos ser portadores del virus aunque no tengamos síntomas. Lo más aterrador es, ¿qué vamos a hacer para pagar la renta al final del mes?”

Halay, de 32 años, relató que el gerente la llamó y dijo que el bar estaría cerrado a partir del día siguiente. Vive al día con su salario y propinas y tendrá que apelar a su casero para que le conceda tiempo extra para pagar.

Sánchez, de 30 años, es conserje en un colegio comunitario y se le seguirá pagando, aunque el campus cierre. El jefe de Avina le dijo que puede reducir las visitas en persona y hacer su trabajo por teléfono.

No les preocupa sobrevivir. Pero para los amigos de la infancia, perder el bar donde se reúnen al menos una vez al mes y tener que ver viejos partidos de baloncesto en la televisión después del aplazamiento de la temporada de la NBA -incluyendo los del difunto Kobe Bryant- es un poco extraño.

“Necesitamos un lugar para aclarar nuestras cabezas. No nos gusta sentirnos como si estuviéramos en una zona de guerra”, expuso Avina.

En West Hollywood, el icónico bar gay Abbey había cerrado a causa del virus incluso antes del anuncio de Newsom.

Al comenzar la hora feliz el domingo por la tarde, bares como Trunks, Micky’s y Fiesta Cantina estaban repletos y con la música a todo volumen.

La artista Serena Infinity, que disfrutaba de la hora feliz en Micky’s, manifestó que ya estaba pasando por un momento difícil económicamente porque muchos bares habían cancelado sus espectáculos o cerrado por completo.

“Es un pequeño inconveniente, especialmente para gente como yo”, señaló la joven de 22 años, que trabaja como actriz de teatro a tiempo completo. “Mi principal ingreso son los bares. Está situación está deteniendo mi flujo de dinero”.

Malcolm Pipkins, de 29, normalmente estaría en el Revolver Video Bar, que ofrece bebidas por 2 dólares los domingos, o quizá en Abbey.

En cambio, estaba en Micky’s, frustrado por el llamado del gobernador a cerrar el bar. Pero, aseguró, que la comunidad gay de West Hollywood encontraría una manera de divertirse.

“El SIDA no nos detuvo en los años 80. El coronavirus no nos va a detener ahora”, declaró.

A principios del día, antes del anuncio del gobernador, los populares lugares para almorzar y hacer compras estaban menos llenos de gente que de costumbre, pero aún así atrajeron a muchos clientes.

En el Millie’s Cafe en Sunset Boulevard en Silver Lake, los clientes llenaron los asientos exteriores, pero había algunas mesas vacías, algo inaudito en una mañana de domingo cuando la espera suele ser de media hora.

El dueño Robert Babish corrió entre las mesas con una toalla amarilla en cada brazo, dando a las superficies una limpieza extra. Trajo dos trabajadores más para hacer más limpieza y desinfección.

“Intentaré estar abierto todo el tiempo que pueda”, dijo Babish, quien ha sido propietario del café durante 20 años. “La gente todavía quiere comer”.

Ken Coon y su marido, Michael L. Miller, comen en casa de Millie casi todos los días. Pero esta sería la última vez por un tiempo. El virus está “creciendo demasiado”, reconoció Coon, de Atwater Village.

Los dos se habían abastecido de comida y eliminaron sus salidas semanales al cine mientras seguían comiendo fuera. Confían en que Babish mantendrá el restaurante lo más limpio posible. Pero todavía hay un riesgo, especialmente porque Coon tiene 56 y Miller 67.

Estaban planeando una lujosa cena en casa esa noche - un asado con cebollas, papas y zanahorias.

Esto es lo que debe tener en su lista de compras de coronavirus mientras se abastece para una posible autocuarentena de 14 días o aislamiento en casa.

En el centro comercial al aire libre Americana at Brand en Glendale, la tienda Apple, que normalmente atrae a grandes multitudes, estaba cerrada. La mayoría de las otras tiendas estaban abiertas, y las familias paseaban con niños y perros, parando para comprar pretzels o helados.

“Nuestras vidas tienen que seguir adelante. No deberíamos dejar que el virus nos haga quedarnos en casa”, consideró Maly Lee de 52 años, quien trabaja en mercadotecnia. “No deberíamos quedarnos en casa y estar deprimidos. Cuanto más piensas en ello, más deprimido te sientes”.

Aún así, Lee, que estaba en el centro comercial con su mascota, una mezcla de Labrador retriever, su marido y dos tías de unos 60 años, estaba tomando precauciones. Una mini botella de desinfectante de manos colgaba de su bolso, y se lavaba las manos cada 20 minutos cuando comía en Cheesecake Factory.

Poco después de la recomendación de Newsom de que las personas de 65 años o más se aislaran, Tamara Sevoian, de 67 años de edad, llegó a Pacific Park en Glendale con su hija y su nieto.

Es una enfermera vocacional licenciada en un hospital de Asuntos de Veteranos y planea seguir trabajando hasta que tenga 74 años. Se lava las manos a menudo y mantiene su casa impecable. No tiene intención de quedarse en casa.

“Tengo que trabajar. Debo salir a jugar con mi nieto”, dijo. “No soy vieja. Tengo muchas cosas por hacer”.

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Linda Pierce, de 76 años, de Playa del Rey, fue una ingeniera de sistemas informáticos durante muchos años, luego se reinventó a sí misma como arquitecta paisajista.

En su jubilación, hace las rondas de los teatros de la ópera por todo el país. Pero ahora casi todas las actuaciones se han cancelado, incluyendo el ciclo “Ring” de Wagner en Chicago el próximo mes.

El ejercicio también está en espera. Su entrenadora se ha puesto en cuarentena después de haber estado expuesta al coronavirus a través de otro cliente.

Con la orden del gobernador de cerrar los bares, la hora feliz en su bar de vinos local también puede ser una cosa del pasado.

Pierce sabe que está en un grupo de alto riesgo para el virus. Su pareja, que tiene 79 años y fuma, es aún más vulnerable.

No tienen parientes cercanos, así que seguirá comprando en el supermercado. Cree que aún es seguro reunirse con pequeños grupos de amigos, tal vez para hacer un picnic en el parque.

“Normalmente, soy una persona muy activa”, dijo. “Pero ahora, parece que todo me ha sido arrebatado”.

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