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Mascarillas de funda de almohadas y batas de bolsas de basura. La sombría y mortal realidad en los hogares de ancianos de California

Patients removed from Magnolia Rehabilitation and Nursing Center
Los pacientes son retirados del Magnolia Rehabilitation and Nursing Center después de que docenas dieron positivo al coronavirus y los empleados, temerosos de su seguridad, dejaron de presentarse a trabajar.
(Gina Ferazzi / Los Angeles Times)

Los asilos de ancianos y los centros de vida asistida se están convirtiendo rápidamente en un foco de brotes, aumentando las tasas de mortalidad y agotando los recursos de salud pública

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Las mascarillas desaparecieron hace mucho tiempo y fueron reemplazadas por telas de fundas para almohadas. También los artículos de limpieza están disminuyendo. Y cuando María Cecilia Lim, una enfermera vocacional en un hogar de ancianos del condado de Orange, necesita una bata estéril, busca un impermeable comprado por desesperados compañeros de trabajo.

“Es sólo un impermeable que tenemos que seguir reutilizando”, dijo Lim la semana pasada en el Centro de Atención Médica del Condado de Orange, un centro de 100 camas en Buena Park. “Mucha gente lo está usando”.

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En miles de instalaciones que albergan a ancianos y enfermos de California, esta escasez creciente impulsada por la propagación del coronavirus está obligando a las enfermeras y asistentes médicos a emplear la creatividad para combatir una pandemia mortal.

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Los asilos de ancianos y los centros de vida asistida se están convirtiendo rápidamente en un foco de brotes, aumentando las tasas de mortalidad y agotando los recursos de salud pública.

Sin embargo, las instituciones y los funcionarios de salud pública dijeron que abunda la escasez: de equipo de protección, kits de prueba y, cada vez más, de personal, que está enfermo o tiene miedo de presentarse a trabajar.

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Con la prohibición de las visitas familiares, los trabajadores, muchos de los cuales se trasladan entre varias instalaciones, son una fuente potencial de infección en hogares de ancianos, pero son esenciales para alimentar, bañar y cuidar a la vasta población de ancianos del estado.

La semana pasada, se desarrolló una escena surrealista en Riverside, donde fueron evacuados 83 pacientes, muchos de ellos en camillas.

Cinco empleados y 34 pacientes en el Magnolia Rehabilitation and Nursing Center habían dado positivo por COVID-19, y cuando otros trabajadores asustados dejaron de presentarse para sus labores, la crisis condujo a una rápida remoción de residentes.

“Eso no era sostenible”, dijo José Arballo Jr., portavoz del Departamento de Salud Pública del Condado de Riverside.

Aunque la propagación del nuevo coronavirus en California ha sido más lenta que los puntos críticos en Nueva York, Michigan e Italia, lo que ha permitido a los hospitales prepararse para un aumento drástico, hay una realidad diferente dentro de las instalaciones de atención institucional, donde los residentes de la tercera edad, muchos con condiciones médicas subyacentes, son excepcionalmente vulnerables.

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En Pasadena, por ejemplo, los siete que murieron de COVID-19 vivieron o trabajaron en hogares de cuidado a largo plazo.

“Esta es una enfermedad infecciosa que se mueve rápidamente”, señaló Matt Feaster, epidemiólogo del Departamento de Salud Pública de Pasadena que lidera la respuesta de la ciudad a los casos confirmados en nueve centros de atención residencial. “Un pequeño problema puede convertirse en uno muy grande”.

Salpicando el estado hay hogares de ancianos donde el contagio mortal se ha apoderado. En el condado de San Bernardino, al menos 25 personas han muerto, aproximadamente la mitad de ellas residentes de hogares de ancianos y centros de asistencia. Al menos 94 casos confirmados provienen de una sola instalación en Yucaipa donde han fallecido 10 residentes.

Cuatro personas murieron y otras 38 resultaron positivas para el virus en el centro de asistencia de Kensington en Redondo Beach.

Se han reportado más brotes en Orinda, San José, Burlingame y San Francisco. En un centro de atención en Hayward, 49 empleados y residentes dieron positivo, informaron funcionarios del condado de Alameda.

Al menos 1.266 residentes y miembros del personal en los más de 1,200 centros de reposo han confirmado casos, reveló el viernes el gobernador Gavin Newsom. Casi 400 en centros de atención residencial también han registrado COVID-19, la enfermedad causada por el coronavirus. El número real es probablemente mayor.

A nivel nacional, los brotes en hogares de ancianos y centros de vida asistida han impulsado la crisis. Los centros de atención a largo plazo han sumado al menos 221 muertes en Washington, o aproximadamente la mitad de los decesos en el estado.

En Nueva York, más de la mitad de los hogares de ancianos tienen casos positivos, y más de 1,700 personas en dichos centros, aproximadamente un tercio de los residentes de hogares de ancianos con COVID-19, han muerto.

La situación a veces ha dado lugar a medidas drásticas. En Nueva Jersey, donde más de 3,300 personas en atención institucional dieron positivo, 10 muertes en el hogar de veteranos llevaron a los funcionarios a enviar 40 médicos de la Guardia Nacional para aumentar el personal.

En los hospitales y salas de emergencia, son evidentes los efectos devastadores del coronavirus en los hogares de reposo.

“La velocidad a la que nuestros pacientes ancianos entran en insuficiencia respiratoria es asombrosa”, señaló Sydnie Boylan, una enfermera registrada en Hollywood Presbyterian Medical Center. “Los pacientes empeoran tan rápido, y una vez que usan un ventilador, la mayoría de ellos no salen”.

El Dr. Nick Kwan, director médico asistente de la sala de emergencias del Hospital Alhambra, estuvo de acuerdo en que entre los más enfermos se encontraban los de hogares de ancianos. Subrayó que no era un buen augurio.

“Si hay un aumento en los hogares de ancianos estás hablando de 50 a 100 camas”, apuntó Kwan. “Estos pacientes van a estar muy enfermos”.

Con la mayoría de las instalaciones esencialmente en asilamiento -terminando las visitas familiares y las nuevas admisiones- el enfoque se ha centrado en el personal, el único grupo que circula por un hogar de ancianos, a veces varios.

“Muchos tienen miedo”, dijo April Verrett, presidenta del Sindicato Internacional de Empleados de Servicios Local 2015, que representa a unos 20,000 empleados de hogares de ancianos en todo el estado. “Pero lo que escucho más que nada es que nuestra gente sigue yendo a trabajar”.

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Antes de la pandemia, señaló Verrett, los trabajadores a menudo usaban mascarillas N95 una vez y luego las tiraban. El consejo ahora es: “Agárrate a ella por tu querida vida, límpiala todos los días”.

Con la cadena de suministro habitual al revés, los propietarios de hogares de ancianos han realizado viajes a Sally Beauty Supply y AutoZone, con suerte, dijo Verrett. Una instalación que se quedó sin mangas de plástico para cubrir el termómetro improvisó con el uso de bolsas para sándwich.

“Todos están ansiosos”, reveló un asistente de enfermería certificado en un hogar de ancianos de South Pasadena. Sus preocupaciones se centraron en los colegas que trabajan en varias instalaciones, con un ingreso de $14 o $15 dólares por hora. Su jefe ha comenzado a examinar su empleo para que no traigan el virus sin darse cuenta.

“No ganamos lo suficiente con un solo empleo”, apuntó. “Se necesitan dos buenos trabajos a tiempo completo, laborando los siete días de la semana”.

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El Dr. Ying-Ying Goh, director de salud pública de Pasadena, dijo que algunas instalaciones han tenido dificultades para asegurar los termómetros, que se utilizan para controlar a los empleados antes, durante y después de sus turnos.

“Hay un retraso en los termómetros”, señaló Goh. “Eso es un problema”.

Lim, que trabaja en el hogar de ancianos en el condado de Orange, dijo que tuvo “suerte” porque los miembros de la familia le habían enviado algunas mascarillas quirúrgicas. Ella usa una de esas debajo de su mascarilla de tela, que está cosida de una funda de almohada cortada. Todas las noches, aseguró, lava tanto la máscara quirúrgica como la funda de almohada reutilizada y “esteriliza ambas planchándolas”.

En lugar de las batas de aislamiento estériles, los empleados de Los Angeles Jewish Home for the Aging están cosiendo mangas de las prendas de tela que suelen usar los pacientes. Debajo, los trabajadores se ponen una bolsa de basura para una mayor protección.

“¿Te imaginas que los médicos tienen que usar bolsas de basura para brindar atención a la generación más grande en la historia de nuestro tiempo? No es razonable”, manifestó el Dr. Noah Marco, director médico de esa institución.

Parte del problema proviene del costo: antes de la pandemia, las batas de aislamiento costaban aproximadamente 65 centavos cada una. Ahora, dijo Marco, cuestan $17.

Ha pedido a las cadenas de hospitales en el sur de California que brinden a los hogares de cuidado de ancianos más equipo de protección, citando el número de infecciones y muertes.

“Si nos ayuda ahora, reduciremos sus pacientes en dos semanas “, dijo Marco a los hospitales. “Pero no han podido ayudarnos”.

En el Jewish Home, un tercer residente dio positivo el viernes, el primer caso nuevo en más de dos semanas. Tres miembros del personal también han dado positivo. Marco expuso que antes de la pandemia se establecieron proporciones de personal más altas de lo que exige la ley, lo que ayudó a su organización a evitar algunos de los desafíos que enfrentan otras instalaciones.

Debido a la propagación explosiva del coronavirus, los funcionarios de salud pública intentan moverse rápidamente para responder a un caso confirmado. Un equipo del Departamento de Salud Pública de Pasadena, por ejemplo, investiga a esas personas y sus contactos.

“Observamos su situación de vida, y pueden estar trabajando en varias instalaciones y vivir con personas que trabajan en otros establecimientos, y también los ponemos en aislamiento”, aseguró Goh. “Estamos tratando de romper la cadena de transmisión”.

La dificultad de mantener un número suficiente de empleados en servicio las 24 horas del día llevó a los líderes estatales a relajar los requisitos mínimos de personal para los centros de atención.

Muchos empleados siguen llamando para reportarse enfermos o de baja. Una empleada del Centro de Convalecencia Rose Garden en Pasadena dijo que dejó de presentarse para trabajar después de que se desilusionó y entró en pánico por el manejo del brote de su compañía.

“Primero es uno, dos y tres” casos, dijo, “y luego todos lo tienen”.

Cuando aún se estaba reportando a sus turnos, sus jefes aún no habían informado a los empleados de ningún resultado positivo de la prueba. Luego, los funcionarios de salud de la ciudad confirmaron sus temores y dijeron que Rose Garden fue el sitio de un brote. Se preocupó especialmente cuando supo que una enfermera auxiliar certificada que había trabajado estrechamente con un paciente infectado no entró en cuarentena y todavía estaba en el trabajo.

“Es por eso que esto se ha vuelto tan grande”, señaló, “porque la gente no está tomando las precauciones adecuadas”.

Pero los familiares todavía tienen prohibido visitar a sus seres queridos.

Eso ha sido un desafío para María DiSarro, quien había estado viendo a su madre de 85 años todos los días en Heights en Burbank, donde no se han reportado casos.

DiSarro dijo que su madre, una ex trabajadora social del condado de Los Ángeles, se encuentra en las primeras etapas de la demencia. Las llamadas telefónicas pueden ser una prueba logística. DiSarro le preguntó a la instalación si podía tener una cámara instalada en la habitación de su madre, pero los administradores se negaron.

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“Para mí, sacar a mi madre de allí y ponerla en mi casa significaría que ya no podría trabajar”, manifestó DiSarro. “No puedo tenerla en casa sola sin supervisión”.

Hay algunos momentos de consuelo para aquellos ahora aislados. En Kensington, los empleados se unieron la semana pasada para una fiesta de cumpleaños habilitada por un elevador hidráulico. Amigos y familiares se reunieron para celebrar el 91 cumpleaños de Margaret Jones, una inversionista de bienes raíces que tiene demencia.

Lucy Cavazos, una amiga cercana de 25 años que ahora maneja el cuidado de Jones, subió al elevador hasta la habitación del segundo piso de Jones. Las dos compartieron saludos a través de una ventana abierta.

“Cuando le cantamos, ella dijo gracias y que nos amaba”, relató Cavazos. Fue un momento brillante en un mes sombrío, pero ella lo toma con un poco de gratitud y un gesto solemne a lo que a veces se siente inevitable.

“No sé si mañana sabrá quién soy”, dijo Cavazos.

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