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Una enfermera sin mascarilla N95 muere 14 días después de atender a un paciente con “código azul”

Monique Hernandez, a registered nurse, attends a vigil for nurse Celia Marcos.
Monique Hernández, una enfermera en el Hospital Comunitario Riverside, asiste a una vigilia para la enfermera Celia Marcos afuera del Hollywood Presbyterian Medical Center en Los Ángeles.
(Wally Skalij / Los Angeles Times)

La enfermera es una de las al menos 36 trabajadoras de la salud en California que han muerto por complicaciones relacionadas con el coronavirus

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La decisión que tomó Celia Marcos, la que finalmente le robaría años a su vida, había sido formada después de décadas trabajando como enfermera.

En la sala que supervisón en Hollywood Presbyterian Medical Center, un hombre con COVID-19 había dejado de respirar. El rostro de Marcos estaba cubierto sólo con una delgada mascarilla quirúrgica, y obtener una N95, que brindaba más protección, antes de entrar a la habitación habría supuesto la perdida de un tiempo valioso, dicen sus colegas.

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La enfermera de 61 años sabía que las compresiones torácicas y otros tratamientos respiratorios que el paciente necesitaba probablemente arrojarían al aire partículas peligrosas de virus que podrían caer sobre su cara y ropa. Ella correría un alto riesgo de contraer el coronavirus.

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Aún así, Marcos corrió hacia la habitación. Catorce días después, ella estaba muerta.

Marcos murió en el mismo hospital donde había trabajado durante más de 16 años, uno en donde al menos 36 trabajadores de la salud en California sucumbieron al COVID-19.

En una versión de su historia, ella era una enfermera desinteresada que eligió la vida de su paciente sobre la suya corriendo a la habitación sin una N95. Pero el personal de Hollywood Presbyterian dice que la realidad es mucho más sombría.

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Como enfermera a cargo, Marcos debía responder a los pacientes que dejaban de respirar, pero no se le proporcionó una mascarilla N95 al comienzo de su turno, dicen sus compañeros de trabajo. Las mascarillas son escasas, y al personal que las obtiene a menudo se les pide que las reutilicen durante varios días, revelaron.

“El hospital no nos estaba brindando el EPP adecuado: las N95 estaban guardadas”, expuso una enfermera que, como otras, habló bajo condición de anonimato después de expresar temor a represalias por parte de los administradores del hospital. “Es demasiado doloroso para todas lo que le pasó a ella”.

Aunque todos los trabajadores de primera línea son vulnerables al coronavirus, la muerte de Marcos ilustra la forma en que el riesgo se ha amplificado por la escasez nacional de equipos de protección personal. Dichas exposiciones han sido registradas en hospitales de California.

“Yo estaba justo frente a su cara”, escribió Marcos en un mensaje de texto a su sobrina, al cual tuvo acceso el Times. Preocupada de que había sido infectada, Marcos se puso desinfectante para manos en el cabello después de salir de la habitación del paciente y se duchó tan pronto como llegó a casa, dijo en el mensaje.

Las enfermeras asisten a una vigilia para Celia Marcos afuera del Hollywood Presbyterian Medical Center el miércoles.
(Wally Skalij/Los Angeles Times)

Los funcionarios del hospital negaron que Marcos haya tratado a pacientes con COVID sin el equipo de protección adecuado y aseguraron que el hospital cumple con todas las recomendaciones locales y federales. “A pesar de estos esfuerzos, y nuestro compromiso de seguir todas las pautas, aún perdimos a uno de nosotros por este terrible virus, y sentimos esta pérdida muy profundamente”, manifestaron los administradores en un comunicado al Times.

El sindicato de enfermeras SEIU 121 presentó una queja ante la Administración de Seguridad y Salud Ocupacional del estado que calificó la muerte de Marcos como “el resultado de un equipo inadecuado proporcionado al personal”.

El sindicato también alegó en una queja separada al departamento de salud del estado que Marcos recibió un tratamiento deficiente una vez que se convirtió en paciente en el hospital.

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Acostada en su cama de hospital, rodeada de colegas que se habían convertido en sus cuidadores, una de las últimas cosas que dijo Marcos fue: “No quiero morir”.

Marcos comenzó a trabajar en el Hollywood Presbyterian en 2004, tres años después de emigrar a Estados Unidos con su familia. En Filipinas, su país natal, se había entrenado para ser enfermera, su sueño de toda la vida, según sus hijos.

En el hospital de Los Ángeles, era conocida por su naturaleza dulce y su capacidad para curar grietas y mantener la calma, sin importar la situación. Los colegas filipinos la llamaron “ate”, que significa hermana mayor en tagalo.

“Ella era el tipo de persona con la que realmente se puede contar en una emergencia”, dijo otro colega, que también pidió el anonimato por temor a represalias. “Ella era la calma que podíamos buscar para lograr lidiar con las cosas”.

En la noche del 3 de abril, se le pidió a Marcos que usara esas habilidades.

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Un hombre admitido en su piso con COVID-19 se había estado quejando de que quería irse a casa porque no se sentía enfermo. Dos horas después, dejó de respirar, escribió Marcos en un mensaje de texto a su sobrina Andrea Gian Lardizabal, quien trabaja como enfermera en Filipinas.

Marcos trabajó en una sala que recibía pacientes con coronavirus cuando las unidades de COVID estaban llenas. Debido a que su piso no era principalmente para pacientes con COVID, las N95 no se daban regularmente al personal y, en cambio, se conservaban para aquellos que trataban a pacientes con COVID, según quienes laboran ahí.

Sydnie Boylan, otra enfermera a cargo, inicialmente trabajó en el piso de Marcos pero estaba preocupada por la falta de equipo de protección. Ella cambió a la unidad de COVID “porque ahí es donde está el PPE”, expuso. “Incluso si no contamos con suficiente equipo, tenemos más que todos los demás”.

Con sólo una mascarilla quirúrgica, Marcos permaneció en la habitación del paciente durante al menos 30 minutos mientras lo revivían y finalmente lo colocaban en un respirador, antes de ser trasladado a UCI, dicen sus colegas. Marcos ató una mascarilla de oxígeno al paciente, que “casi había muerto”, le relató a su sobrina en un mensaje de texto.

“Celia fue llamada a una sala de aislamiento de COVID-19 mientras usaba sólo una mascarilla quirúrgica, no el respirador, la bata, el protector facial y la N95 necesarios que su hospital debería haberle dado para su protección”, reveló Nina Wells, presidenta de SEIU 121, en una declaración al Times. “Ahora sabemos que ella dio su vida para tratar de salvar otra vida”.

En años pasados, el condado y la ciudad han luchado para comunicarse eficazmente con el público durante las emergencias. Esta vez, se están centrando en un mensaje consistente.

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Los funcionarios del hospital cuestionan que Marcos, o cualquier miembro del personal, no estuviera equipado. No dijeron si Marcos usó una mascarilla N95 ese día, pero señalaron que a las enfermeras que respondían al “código azul” se les proporcionaron. Una investigación del hospital determinó que Marcos no tuvo una “exposición sin protección al COVID-19 en el hospital”, manifestaron.

La discrepancia puede deberse a un cambio reciente en las pautas de los CDC en torno al coronavirus. Al principio de la pandemia, la agencia recomendó que se necesitaban mascarillas N95 para tratar a todos los pacientes sospechosos de COVID-19, pero en medio de una grave escasez de equipo, se recomendó esas mascarillas sólo para procedimientos de alto riesgo.

Las reglas han creado un área gris que permite a los hospitales instruir al personal que, en la mayoría de los casos, las mascarillas quirúrgicas son todo lo que se necesita para protegerlos del coronavirus, dicen las enfermeras.

“Imagina que entras a la habitación sólo con esas. ¿Te sientes protegido?”, cuestionó una enfermera de COVID-19 en Hollywood Presbyterian, quien agregó que le habían dicho repetidamente que no necesitaba una N95 para la mayoría de las visitas de pacientes. “Ya no confío en los CDC”.

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El personal del hospital dijo que no culpaban al hospital de Hollywood, sino que veían esa instalación como una víctima de la escasez nacional. En el Centro de Salud de St. John en Santa Mónica, los supervisores no proporcionaron las N95 a algunas enfermeras que trataban a pacientes con COVID-19 el mes pasado y las enfermeras se negaron a ingresar a las habitaciones.

“No creo que mi hospital sea peor que el de cualquier otra persona”, dijo Boylan. “No sé quién desechó el libro de reglas cuando se trata del control de infecciones”.

La experiencia de Marcos el 3 de abril pareció estremecerla. En un mensaje de texto a Lardizabal, Marcos describió el rápido deterioro del paciente y advirtió a la mujer más joven que se quedara en casa y se lavara las manos.

“No es de extrañar que muchos pacientes se entuben y algunos mueran en sólo unos días”, escribió en un mensaje de texto. “Por favor, ten mucho cuidado”.

Marcos comenzó a sentirse enferma tres días después de haber tratado al hombre con COVID. Ella le dijo a su sobrina que estaba inhalando vapor dos veces al día como medida preventiva.

Pero el 11 de abril, le comunicó a su hijo mayor, Donald Jay Marcos, que tenía dolor de cabeza y dificultad para respirar. La instó a ver a un médico.

Antes de la pandemia, Marcos y sus dos hijos habían planeado un viaje a Filipinas para el mes pasado. A Marcos le encantaba viajar a nuevos lugares, pero gastaba la mayor parte de sus ahorros visitando a su familia.

Donald, de 41 años, no volvió a saber de su madre hasta el 15 de abril, cuando ella respondió su videollamada desde su cama de hospital. Marcos le dijo que había desarrollado neumonía en ambos pulmones.

Donald recordó que con su respiración se le hacia difícil hablar. A través de sus pantallas, los dos se miraron llorar.

Marcos no tenía otras condiciones de salud subyacentes salvo la presión arterial alta, que ella controlaba con medicamentos. Estaba sana, vibrante y vivía con su pareja, que también es enfermero, dijo su hijo.

El 17 de abril, el corazón de Marcos se detuvo repetidamente, lo que obligó al personal a resucitarla varias veces. La noticia de su rápido deterioro se extendió por el hospital. Una colega recibió una llamada de que Marcos se estaba deteriorando.

“Dije: ‘No me digas eso’ y lloré”, reveló la enfermera. “Pensé, ‘Nunca me digas eso’”.

Algunos han sugerido que había problemas con la atención médica hacia Marcos y que varios miembros del personal tenían miedo de tratarla por temor a contraer el virus ellos mismos.

En una queja presentada la semana pasada ante el departamento de salud del estado, representantes de SEIU 121 señalaron que las enfermeras que cuidaron a Marcos dijeron que un médico se negó a proporcionar la atención necesaria, incluida la intubación para ayudarla a respirar, “antes de su muerte definitiva por COVID19”, según documentos revisados por el Times.

Los administradores del hospital dijeron que no podían hacer comentarios debido a las leyes de privacidad del paciente, pero agregaron que su “objetivo es proporcionar una atención excelente a todos nuestros pacientes”. El médico no pudo ser contactado para hacer comentarios.

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El miércoles a la luz del día, el personal salió de Hollywood Presbyterian con uniformes y mascarillas para rendir homenaje a Marcos en una vigilia afuera de la entrada de la instalación. A pesar de las recomendaciones de distanciamiento social, las enfermeras se amontonaron para ver la ceremonia y dijeron que dentro del hospital siempre están juntas.

Al comienzo del primer turno ya sin Marcos, el 20 de abril, la administración reunió a las enfermeras en su piso para rezar por ella. El gesto fue un doloroso recordatorio de su ausencia, comentó una enfermera.

“Es difícil incluso comprender que Celia se ha ido”, dijo la enfermera. “Todavía pienso en ella como si estuviera de vacaciones. Es más fácil que tener que perder a alguien”.

La muerte ha generado controversia en el hospital. Otra enfermera que trata a pacientes con COVID-19 señaló que los miembros del personal comenzaron a exigir mejores protecciones después de la muerte de Marcos. Algunos se han negado a trabajar sin el equipo adecuado, reveló.

Los supervisores están proporcionando más PPE y los empleados ya no son reprendidos por traerlos de casa, reconoció la enfermera. Agregó que continuarán luchando por más salvaguardas.

“Me encanta mi trabajo, pero no estoy tratando de morir como una héroe”, manifestó.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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