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COVID-19: ¿L.A. fue demasiado lejos con la nueva veda para comer al aire libre?

Visitors to Old Pasadena dine outdoors along Colorado Boulevard
A diferencia del condado de Los Ángeles, Pasadena, que tiene su propio departamento de salud, todavía permite cenar al aire libre en restaurantes, tal como se vio el domingo en Colorado Boulevard. Se insta a los residentes y visitantes a seguir los protocolos de seguridad por COVID-19.
(Myung J. Chun / Los Angeles Times)
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¿Los funcionarios del condado de Los Ángeles fueron demasiado lejos, la semana pasada, al prohibir las comidas al aire libre para ayudar a controlar la propagación del coronavirus?

“Podría hacer una perorata muy larga”, expresó un chico de séptimo grado llamado Charles, que disfrutaba de un descanso mientras almorzaba, el martes, con su padre, Tim, en el exterior del sitio de hamburguesas Slater’s 50/50, en el centro del casco antiguo de Pasadena. Como la ciudad tiene su propio departamento de salud, establece sus propias reglas y sigue permitiendo comer al aire libre, por ahora.

La camarera que atendía su pedido llevaba una mascarilla y un protector facial, y la mesa más cercana estaba a unos dos metros y medio. Charles argumentó que el gobierno opera con los ingresos fiscales y los restaurantes generan una gran cantidad de ellos. Entonces, mientras la gente se maneje con seguridad, ¿cuál es el problema?

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“Siempre usamos mascarilla y nos distanciamos, y estamos a punto de ir a lavarnos las manos ahora mismo”, remarcó su padre, quien agregó que no cree que los restaurantes sean más riesgosos que otros lugares de reunión que siguen abiertos, como supermercados y demás tiendas.

Por un lado, estoy de acuerdo con ellos. Y lo siento por los dueños de restaurantes y sus decenas de miles de empleados, muchos de los cuales viven al límite incluso en tiempos normales.

Por otro lado, el condado de Los Ángeles y California baten récords diarios de nuevos casos de coronavirus, y los hospitales están en peligro de verse abrumados al ritmo actual. Mucho de eso está directamente relacionado con el hecho de que demasiadas personas han bajado la guardia o permanecen abiertamente desafiantes a los pedidos del uso de mascarillas, desinfectante de manos y distancia social.

Me encontré con una de esas personas en Pasadena cuando me acerqué a dos mujeres que estaban cenando al aire libre en Colorado Boulevard, un espacio divino aquí en la tierra durante los días de diciembre, de 70 grados Fahrenheit.

Amablemente les pregunté qué pensaban sobre las restricciones para comer impuestas en otras partes del Condado; una de ellas casi me escupió la comida. “Tú usas un cubrebocas, yo no”, gruñó, sugiriendo que los individuos como yo somos responsables de la reacción nacional exagerada a la pandemia. “Tú eres el problema”, continuó, y agregó que podía tomar mi periódico “y meterlo” ya sabemos dónde.

Bueno, felices fiestas para usted también. Y de hecho, yo no soy el problema. El problema son los resistentes que se consideran patriotas por negarse a hacer un pequeño sacrificio en interés de los demás.

¿Leyó el artículo de opinión de la semana pasada del médico emergentólogo Mark Morocco, quien escribió sobre los riesgos para el personal sanitario de primera línea y suplicó a la gente que actuara de forma segura en beneficio de todos? Morocco es un viejo amigo mío, desde sus días como estudiante de medicina, y me preocupo por él y por todos sus colegas.

Pero también me preocupa cuántas personas perderán sus negocios o se retrasarán tanto con su renta o su hipoteca, que nunca podrán ponerse al día.

“Estoy realmente desgarrada”, remarcó Jocelyn Ramos, dueña de uno de mis restaurantes favoritos, La Cabañita, en Montrose. Ramos debió despedir a unas tres docenas de empleados. “Entiendo la necesidad de adelantarme a esto, pero veo otros lugares a los que la gente todavía va, como ciertas tiendas, y están llenos”.

He hablado periódicamente durante toda la pandemia con dos meseros de Art’s Delicatessen & Restaurant, en Studio City. Tony Castro y Tina Smith dicen que sobreviven, pero por poco. El martes por la mañana reconocieron que habían hecho un par de turnos sirviendo mesas al aire libre y que podrían recurrir a trabajos de reparto de alimentos para complementar el seguro de desempleo.

Dina Samson, propietaria de Rossoblu en el Distrito de las Artes, invirtió $20.000 en una carpa para que sus clientes puedan cenar al aire libre, además de iluminación y mobiliario, lo cual se sumó a las pérdidas del restaurante. Y su plantilla de varias docenas de empleados ahora se redujo a un puñado.

“Entendemos que hay un nuevo pico de COVID en este momento y no queremos discutir a favor de las reaperturas”, comentó Samson. Pero cuando finalice la prohibición actual de comer al aire libre durante tres semanas, agregó, ella y otros propietarios quieren asegurarse de participar en las conversaciones sobre cuándo es seguro reabrir las puertas.

Caroline Styne, propietaria de A.O.C., el bar de vinos y restaurante en West Third Street, en Los Ángeles, no está convencida de que comer al aire libre haya contribuido significativamente a la propagación del virus.

“Tomamos la temperatura en la puerta y las mesas estaban separadas por seis pies; pero ahora lo ampliamos a ocho pies”, comentó Styne. Sus empleados usan mascarillas y escudos faciales. “No permitimos que los comensales se muevan por el restaurante sin cubrebocas, y hemos limitado la cantidad de tiempo que se les permite estar en una mesa”.

Mientras tanto, remarcó, la gente se ha reunido en otros lugares -para celebrar Halloween, Acción de Gracias, los campeonatos de los Dodgers y los Lakers- sin respetar los protocolos de seguridad. Todas esas cosas contribuyeron al virus más que comer al aire libre, enfatizó Styne.

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Ese es un argumento también presentado por la supervisora del condado Kathryn Barger, quien se opuso a la prohibición de comer al aire libre que fue aprobada por la junta por 3 a 2, igualmente con el desacuerdo de la supervisora Janice Hahn.

“El rastreo de contactos no muestra una conexión significativa entre los restaurantes y la transmisión comunitaria”, afirmó Barger en un correo electrónico que me envió su oficina el martes por la tarde. “Los casos de COVID-19 que se remontan a los restaurantes y bares del Condado representaron solo el 3.1%, o 70 de los 2.257 brotes confirmados”.

Barger argumentó que en los primeros meses después de que se permitió comer al aire libre, en julio pasado, las tasas de positividad y las hospitalizaciones disminuyeron.

La Dra. Sharon Balter, directora de control de enfermedades transmisibles agudas del condado de Los Ángeles, ofreció una perspectiva diferente. Me dijo que ella y otros funcionarios del Departamento de Salud Pública “se sienten muy mal” ante las dificultades que atraviesan los dueños de restaurantes, sus empleados y clientes, “pero esto no se hizo a la ligera”, y los restaurantes no han sido señalados como posibles propagadores.

La prohibición temporal de comer al aire libre no se basó en el rastreo de contactos que identificaba a los restaurantes como transmisores, señaló Balter. Se basó en el hecho de que los casos están aumentando, que los virus a menudo se propagan más rápido e invaden el cuerpo con más facilidad en climas más fríos y que incluso con el espacio adecuado entre las mesas, la gente se quita la mascarilla para cenar, a veces en compañía de personas ajenas a su hogar, lo cual es un riesgo.

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“Parece haber un efecto estacional […] en EE.UU y otras partes del mundo. En general, parecía el momento adecuado para poner una pausa en la posibilidad de comer al aire libre”, destacó Balter.

En cuanto al argumento de que los supermercados pueden estar más abarrotados que los restaurantes al aire libre, la doctora destacó que nadie se quita la mascarilla para comprar alimentos, sino por el contrario, se la coloca para ingresar.

Estoy en conflicto, porque creo que los dueños de los restaurantes y los expertos en salud tienen buenos argumentos. Solo para estar seguro, no he visitado un restaurante desde que comenzó la pandemia. Pido comida para llevar un par de veces a la semana, para apoyar a mis restaurantes favoritos. Pero hay otra forma de ayudar a los restaurantes, sus empleados y demás empresas.

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“Es lamentable que la elección sea entre salud y supervivencia económica”, remarcó Balter, sugiriendo que la pregunta más importante es por qué no hemos lanzado otro salvavidas a los empleadores y sus empleados desde la primera asistencia, hace varios meses.

Los funcionarios del Condado anunciaron el martes que un programa de subvenciones podría poner a disposición hasta $30.000 en ayuda para algunos, pero no todos, los restaurantes del Condado.

Styne secundó esa moción y pidió que Washington se uniera. “Los restaurantes estarían de acuerdo con el cierre temporal en pos del bien común”, dijo, “si el Congreso aprobara un paquete de estímulo y nos brindara a todas las pequeñas empresas y sus empleados el alivio que necesitamos, para que podamos cerrar y que todos pasemos esto sin terminar en la calle”.

Brindo por eso.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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