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Columna: ¿Qué pasó con la nueva era progresista que surgiría tras la derrota de Trump?

Democratic presidential nominee Joe Biden greets his running mate, Sen. Kamala Harris (D-Calif.), in August.
Los portadores de un proyecto progresista inconcluso: el candidato presidencial demócrata Joe Biden saluda a su compañera electoral, la senadora Kamala Harris (Demócrata-California), en agosto.
(Getty Images)

Parece que Joe Biden ha expulsado a Donald Trump de la Casa Blanca, pero para muchos demócratas y progresistas los resultados de las elecciones han producido desilusión, incluso desesperación.

La razón no es difícil de descifrar. Esperaban que el final de la era Trump estuviera marcado por una “ola demócrata”, un poder político progresista que barrería, no solo a Trump, sino al obstruccionismo de derecha en el Senado y, con el tiempo, incluso en la Corte Suprema.

Pero la ola no se ve en los resultados, así que lo que consume la izquierda es el pesimismo y la tristeza.

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El modelo para este análisis proviene del escritor liberal Eric Levitz de New York Magazine, quien calificó las elecciones como “un revés casi catastrófico para la política progresista en Estados Unidos”.

Levitz declaró que los demócratas no podrían recuperar el Senado durante al menos una década e incluso puso en duda la capacidad del partido para mantener la Casa Blanca en 2024. Esto antes de que se hubieran contado todos los votos en 2020.

Sin embargo, la historia aconseja a los desesperados a calmarse y respirar hondo. Las cosas no están tan mal.

“No necesitas dirigirte a zonas específicas empobrecidas. Puedes transmitir un mensaje amplio que atraiga a los votantes de los estados del sur, a los más jóvenes, a los no blancos de todo el país”.

- ANALISTA POLÍTICO PROGRESISTA RUY TEXEIRA

Es necesario señalar un par de puntos fundamentales. Uno es que durante años se ha estado construyendo una tendencia progresista en la política estadounidense; evidencia de esto fueron las contiendas menores el día de las elecciones, oscurecidas por condiciones exóticas en otras. Regresaremos a esto en un momento.

Otra cuestión es la tontería de ser derrotado por las propias expectativas. Las “olas” políticas no ocurren con tanta frecuencia, y cuando lo hacen, a menudo son leves, en parte porque pueden provocar una reacción igual y opuesta.

Puede ser mejor que el progresismo continúe infundiéndose en el cuerpo político por etapas, en lugar de todo a la vez.

Resulta un artefacto de la retrospectiva política, la noción de que la política estadounidense se mueve en oleadas. Jack Balkin, un estudioso de derecho constitucional en Yale, citó recientemente la categorización de los ciclos políticos de su colega Stephen Skowronek en un artículo de opinión del Washington Post.

Estas etapas son: La federalista (1789-1800), jeffersoniana (1800-1828), jacksoniana (1828-1860), republicana (1860-1932), New Deal-Derechos civiles (1932-1980) y Reagan (1980-al presente).

“En cada era política”, observa Balkin, “surge un nuevo partido dominante, forma una coalición ganadora, promueve sus intereses e ideología y, finalmente, decae y colapsa, a menudo víctima de su propio éxito pasado”.

Según Balkin, el republicanismo de Reagan se ha agotado, preparando el escenario para “un nuevo régimen con una nueva coalición dominante y un nuevo partido hegemónico, muy probablemente los demócratas”.

Es importante, sin embargo, considerar que generalmente no ocurren de manera tan abrupta los cambios de las épocas políticas, incluso, son visibles solo en retrospectiva.

Se podría pensar, por ejemplo, en la era del New Deal-Derechos Civiles, como casi medio siglo de progresismo ininterrumpido, pero esta no surgió con las elecciones de 1932 y tomó décadas para desarrollarse por completo. Como he señalado antes, el New Deal en sí fue una mezcla de políticas liberales y conservadoras bajo el liderazgo de Franklin D. Roosevelt (FDR).

El segundo elemento en la lista legislativa de FDR durante sus primeros Cien Días, después de cerrar los bancos y organizar su reapertura en circunstancias financieras más sólidas, fue la Ley de Economía, que recortó tanto el salario de los empleados federales como los beneficios de los veteranos, todo en nombre de equilibrar el presupuesto federal.

Durante la campaña presidencial de 1932, Marriner Eccles, el banquero de Utah que ayudaría a FDR a rehacer el Sistema de la Reserva Federal, quedó perplejo por el espectáculo del conservador Herbert Hoover, quien promocionaba el dinamismo de su gasto en obras públicas mientras el aparentemente progresista Roosevelt lo reprobaba por su derroche monetario.

“Los discursos de campaña”, reflexionó Eccles, “frecuentemente se leen como un gigantesco error de imprenta, en el que Roosevelt y Hoover leen discursos intercambiados”.

El New Deal comúnmente institucionalizaba el racismo en los programas federales, y FDR se resistió a las súplicas de los activistas negros a favor de una ley contra linchamientos.

Roosevelt casi anuló el programa de vejez de la Seguridad Social en vísperas de su promulgación en 1935 (su prioridad para la ley era un programa de ayuda al desempleo).

El replanteamiento progresista de la relación del gobierno federal con las personas, que comenzó con el Seguro Social, no alcanzó su pleno florecimiento hasta tres décadas después, en 1965, con la creación de Medicare y Medicaid por Lyndon Johnson. Estas cosas llevan tiempo.

Otro problema de la historia política en etapas es que los partidos políticos pocas veces son monolitos.

Los republicanos del período 1860-1932 de Skowronek abarcaron la política imperturbable a favor de los negocios de William McKinley y el progresismo del vicepresidente y su sucesor, Theodore Roosevelt, quien eventualmente se escindiría del Partido Republicano al formar el Partido Progresista o “Bull Moose” para su campaña presidencial de 1912. La causa progresista continuó con el presidente Woodrow Wilson, un demócrata, de 1913 a 1921.

Después de las elecciones de 1932, FDR vaciló entre políticas liberales y conservadoras, en parte porque algunos de sus más fuertes partidarios progresistas eran republicanos y varios de sus críticos más poderosos eran demócratas del sur, a quienes no podía perturbar con iniciativas promotoras de derechos civiles.

La elección de este año evidencia que no todos los estados o regiones son ideológicamente monocromáticos como aparentan en la superficie. Los votantes de Florida optaron por Trump, pero también aprobaron una ley de salario mínimo de $15 dólares. Asimismo, hace solo dos años, los habitantes de este estado optaron por restaurar los derechos electorales a los delincuentes que habían cumplido sus condenas.

Habría significado hasta 800.000 nuevos votantes a las listas si el gobernador republicano Ron DeSantis y la legislatura controlada por los republicanos no hubieran trabajado arduamente para minar la ley imponiendo tarifas y condiciones a tal restablecimiento.

Hace cuatro años se hablaba de ‘Trump TV’. Ahora es más complicado.

Otras reducciones aparentes de las tendencias progresistas pueden tener distintas explicaciones más allá de la ideología.

Ejemplo de esto es la Proposición 22 de California, que parecía revertir la tendencia progresista hacia mayores beneficios, al permitir que las empresas de transporte compartido como Uber y Lyft continúen tratando a sus conductores como contratistas independientes y con derechos precarios.

Claramente fueron centrales para la aprobación de la iniciativa los más de $205 millones de dólares gastados por esas empresas y otros empleadores “gig” para redactar y promover dicha medida.

Podrán haber perdido un par de escaños en el Congreso los demócratas de California que le habían ganado al Partido Republicano en 2018 (mientras escribimos, el resultado aún no está claro), pero también pueden haber consolidado su control del Senado estatal al agregar algunos escaños a la mayoría que ya tenían.

Los votantes también aprobaron una propuesta progresista para restaurar los derechos de voto de las personas en libertad condicional, y rechazaron una medida que habría aumentado las penas por delitos menores.

La tendencia hacia un electorado estadounidense más progresista se ha estado desarrollando a largo plazo. Los candidatos presidenciales demócratas han ganado el voto popular en siete de las últimas ocho elecciones, desde la primera victoria de Bill Clinton en 1992 hasta la victoria de Biden.

Los universos de información separados de América harán difícil acabar con la “sombría era de la demonización”.

Sin embargo, en dos de esas elecciones, el perdedor del voto popular se convirtió en presidente —George W. Bush en 2000 y Trump en 2016— debido a las particularidades del Colegio Electoral (y en el caso de Bush, la intromisión de la Corte Suprema).

Muchos progresistas se han estado retorciendo las manos ante la idea de que unos 69 millones de estadounidenses podrían haber votado por un candidato tan patentemente inadecuado para la reelección como Donald Trump. Aquí también vale la pena examinar el registro. Durante los últimos 200 años de historia estadounidense, el voto presidencial casi nunca se ha dividido en más de 60-40.

Eso es cierto incluso en elecciones vistas como victorias arrolladoras. El mayor porcentaje del voto popular obtenido por un candidato ganador desde 1820 perteneció a Lyndon Johnson en 1964, cuando derrotó a Barry Goldwater al ganar 44 estados; incluso en este caso, su presencia en el voto popular era solo del 61.05%

Algo similar sucedió cuando Richard Nixon perdió solo Massachusetts y el Distrito de Columbia ante George McGovern en 1972, pero obtuvo el 60.67% del voto popular; así como en las fáciles victorias de FDR sobre Herbert Hoover en 1932 (FDR ganó 42 de 48 estados y 57.41% del voto popular) y sobre Alf Landon en 1936 (perdiendo solo Maine y Vermont ante Landon, pero obteniendo el 60.8% del voto popular).

Las elecciones no fueron el último paso para elegir a Joe Biden como presidente de Estados Unidos

Entonces, con pocas excepciones, las elecciones presidenciales se han disputado por votantes de los 20 puntos porcentuales medios, sin importar cuán posible haya sido la victoria del candidato.

La elección de 2020, según las cifras actuales, no fue la excepción: el voto popular récord de Biden, que se acerca a los 72.5 millones, representa solamente alrededor del 50.4% del total de votos emitidos.

Durante las últimas dos décadas, los proyectos progresistas han avanzado materialmente en la política estadounidense. El país ha adoptado los derechos de los homosexuales, incluido el matrimonio entre personas del mismo sexo, la legalización de la marihuana y ha avanzado hacia la cobertura médica universal. Las políticas de inmigración se estaban volviendo más liberales.

Pero nada de esto sucedió sin una resistencia significativa de los elementos reaccionarios en las tres ramas del gobierno y en todos los niveles gubernamentales. Como se ha observado a menudo, el camino hacia la justicia no es recto.

Aliados del presidente Donald Trump han entablado al menos 15 impugnaciones tan sólo en Pensilvania en un intento por obtener los 20 votos electorales que otorga la entidad

Si hay un aspecto positivo en la ola demócrata que nunca llegó, es la posibilidad de que el resultado electoral impulse a los demócratas a evaluar su enfoque para construir un edificio político duradero. Eso opina Ruy Teixeira, cuyo libro “La mayoría democrática emergente”, escrito junto con John Judis en 2002, examinó las tendencias demográficas subyacentes al poder demócrata.

La tesis de Teixeira, como expresó a Greg Sargent del Washington Post antes del día de las elecciones, era que una coalición demócrata que uniera a profesionistas no blancos, y personas que viven en ciudades y suburbios “solo podría ser dominante y estable si logra retener una participación sustancial de la clase trabajadora blanca”.

Estas son personas a las que “no les ha ido bien durante décadas”, dice Teixeira. “Sus comunidades han sufrido declives, problemas laborales, problemas de salud. Los demócratas tienen que hablar con esta gente. No necesitas dirigirte a zonas específicas. Puede transmitir un mensaje amplio que atraiga, no solo a los miembros de la clase trabajadora blanca en los estados indecisos del norte, sino que también atraiga a los votantes de los estados del sur, a los más jóvenes, y a los no blancos en todo el país”.

Esto todavía es un trabajo inconcluso para los demócratas. Ha habido progreso, lo que nos dicen las elecciones es que aún no se ha llegado al destino.

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