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DADIVAS

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Lo que sí recibe son obsequios.

Enrique espera lo peor. Viajar en los trenes por el estado de Chiapas, al que los inmigrantes llaman “la bestia”, le ha enseñado que cada mano levantada puede arrojar una piedra. Pero aquí, en los estados de Oaxaca y Veracruz, descubre que la gente es amistosa. “Así somos”, señala Jorge Zarif Zetuna Curioca, diputado estatal de Ixtepec.

Quizá no todos son así, pero la generosidad de espíritu abunda. Muchos residentes dicen que esta bondad está arraigada en las culturas zapoteca y mixteca. Además, algunos dicen que los actos de solidaridad son una buena manera de protestar contra la política mexicana respecto de la inmigración ilegal.

Poco después de ver la estatua de Jesús, Enrique está solo sobre una tolva. Ha caído la noche y, al pasar por un pueblito, el tren hace sonar su melancólico silbato. Enrique mira para abajo hacia un lado del tren. Una docena de personas, en su mayoría mujeres y niños, salen corriendo de sus casas cerca de las vías. Llevan unos envoltorios pequeños.

Algunos de los migrantes se asustan. ¿Les arrojarán piedras? Tratan de pasar desapercibidos sobre los techos del tren. Enrique ve a una mujer y a un muchacho que corren junto a su vagón.

“¡Órale, chavo!”, le gritan.

Le arrojan un paquete de galletas. Es el primer obsequio que Enrique recibe.

Enrique extiende una mano y se aferra a la tolva con la otra. El paquete de galletas vuela a varios pies del muchacho, rebota contra el vagón y cae a tierra.

Ahora, a ambos lados de las vías, mujeres y niños arrojan bultitos a los inmigrantes que están encaramados en los techos de los vagones. Corren rápido y apuntan con cuidado, casi siempre en silencio, tratando de no errar.

“¡Ahí va uno!”

Enrique mira hacia abajo. Son la mujer y el muchacho que había visto antes. Le arrojan una bolsa de plástico azul. Esta vez la bolsa aterriza de lleno en sus brazos.

“¡Gracias! ¡Adiós!” responde en la oscuridad. No sabe si los extraños, que desaparecen en un abrir y cerrar de ojos, lo habrán escuchado.

Abre la bolsa. Adentro hay media docena de panecillos.

La generosidad lo deja atónito. Pareciera que los veracruzanos salen a dar en muchos lugares donde el tren aminora la marcha para tomar una curva o para pasar por una aldea. A veces, 20 ó 30 personas salen de sus casas junto a las vías y corren hacia el tren. Sonríen, luego gritan y arrojan comida.

Los pueblos de Encinar, Fortín de las Flores, Cuichapa y Presidio son particularmente conocidos por su generosidad. Esta no es la clase de lugar donde podría esperarse que la gente alimente a los forasteros. Un estudio del Banco Mundial encontró que el 42.5% de los 100 millones de habitantes de México vive con $2 o menos al día. En las áreas rurales como esta, 30% de los niños de cinco años o menos comen tan poco que atrofia su crecimiento, y las personas que viven en las casas humildes junto a las vías suelen ser los más pobres.

Las familias arrojan suéteres, tortillas, pan y botellas de plástico que han llenado con limonada. Un panadero con sus manos cubiertas de harina arroja los panes que le sobran. Una costurera arroja bolsas llenas de emparedados. Un adolescente arroja plátanos. El dueño de una tienda arroja galletas, pastelitos del día anterior y botellas de agua de medio litro.

Un joven, Leovardo Santiago Flores, arroja naranjas en noviembre, cuando estas abundan, y sandías y piñas en julio. Una mujer encorvada, María Luisa Mora Martín, de más de 100 años de edad, se vio reducida a comer la corteza de su árbol de plátanos durante la Revolución Mexicana. Ahora, se esfuerza para llenar con sus manos nudosas bolsas con tortillas, frijoles y salsa para que su hija, Soledad Vásquez, de 70 años, pueda correr por la pendiente rocosa y lanzarlas con esfuerzo hacia el tren.

“Si tengo una tortilla, doy la mitad”, señala uno de los que lanzan la comida. “Sé que Dios me dará más”.

Otro indica: “No me gusta pensar que yo he comido y ellos no”.

Y otros afirman: “Ver a esta gente conmueve. Conmueve a uno. ¿Se puede imaginar todo lo que han recorrido?”

“Dios dice: cuando te vi desnudo, te vestí. Cuando tuviste hambre, te di comida. Eso es lo que Dios enseña”.

“Hace bien dar algo que ellos tanto necesitan”.

“Es que cuando me muera, no podré llevarme nada. Así es que ¿por qué no voy a dar?”

“¿Y si algún día nos pasa algo malo a nosotros? Tal vez alguien nos dará una mano”.

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