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SALVAVIDAS

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El aire alrededor del puesto de tacos se llena con el aroma a carne asada. Enrique mira a los empleados que sacan trozos de carne de un recipiente, los ponen sobre unas tablas para cortar y los cortan en pedacitos. Los clientes se sientan a comer en largas mesas de acero inoxidable. Los empleados a veces le pasan un par de tacos a Enrique cuando se cierra el puesto.

Pero por lo regular, Enrique depende para su única comida del día de la Parroquia de San José y de otra iglesia, la Parroquia del Santo Niño. Cada una de estas ofrece cupones de comida a los migrantes. Un cupón vale por 10 comidas, el otro por cinco. Enrique puede contar con una comida al día durante 15 días. Los cupones valen oro. A veces son robados y aparecen en el mercado negro de cupones.

Cada día, Enrique va a una u otra iglesia para comer. Son lugares seguros; la policía no se mete ahí. Siempre puntual, Leti Limón, una de las voluntarias, abre el portón amarillo de la iglesia San José y grita: “¿Quién es nuevo aquí?”

“¡Yo! ¡Yo!” gritan chicos y grandes desde el patio.

Corren y se amontonan junto a la puerta.

“¡Pónganse en fila! ¡Pónganse en fila!” Limón es pobre; se gana la vida limpiando casas al otro lado del río, en Laredo, Texas, a $20 cada una. Pero ya lleva año y medio ayudando a estos migrantes, porque piensa que eso le agradaría a Jesús. Ella les da cupones a los recién llegados y perfora los cupones de los que van entrando. Un cura de la parroquia calcula que un 6% son niños.

Uno a uno, los migrantes se van poniendo de pie detrás de cada silla junto a una larga mesa. Un mural de Jesús adorna la cabecera, con sus manos extendidas hacia los platos de tacos, frijoles y tomates. Sobre la figura se leen las palabras: “Vengan a mí los que se sienten cansados y agobiados”.

Para que todos puedan oír la oración de gracias, bajan la intensidad de las luces y apagan los dos grandes ventiladores. Algunos de los que no han comido en dos o tres días apenas pueden aguantarse; desde donde están parados atrás de las sillas, echan una mano sobre los tacos y la otra sobre el pan.

Las sillas rechinan cuando todos los sacan al mismo tiempo para sentarse. Las cucharadas de guiso ya están llegando a los labios aún antes de que las sentaderas alcancen a tocar las sillas. Arroz, caldo, frijoles, tomates, donas: todo desaparece entre el golpeteo de los tenedores contra los platos.

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