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UN REVES

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Es el 15 de mayo. Enrique está lavando coches. Ha tenido una buena tarde, lleva ganados 60 pesos. A la medianoche corre a comprar su segunda tarjeta telefónica, a la cual sólo le pone 30 pesos, en espera de que su segunda llamada será corta. Si su ex patrón encuentra a la tía Rosa Amalia y al tío Carlos y consigue el número de teléfono de su mamá, entonces de seguro no le tomará muchos minutos llamar por segunda vez a su ex patrón para recoger el recado.

Enrique guarda los otros 30 pesos para comprar comida.

El y sus camaradas andan de festejo. Enrique bebe alcohol y fuma algo de marihuana. Quiere hacerse un tatuaje. “Un recuerdo de mi aventura”, dice.

El Tiríndaro se ofrece a hacérselo gratis. Se inyecta para templarse la mano.

Enrique lo quiere en tinta negra.

Pero el Tiríndaro nada más tiene de la verde.

Enrique saca el pecho y pide que le ponga dos nombres, tan juntos que casi parezcan uno solo. El Tiríndaro punza su piel una y otra vez durante tres horas. Las palabras emergen en letra gótica: EnriqueLourdes.

Seguro que su mamá lo va a regañar, piensa él, feliz.

Al día siguiente, justo antes del mediodía, se levanta de su sucio colchón. Tiene hambre. Pasan las horas. Siente más hambre. Por fin, ya no puede aguantar. Le pide la primera tarjeta telefónica al amigo que se la estaba guardando, y la vende para comprar comida.

Lo que es peor, está tan desesperado que la malvende a 40 pesos. Guarda unos cuantos pesos para el día siguiente y se gasta todo el dinero en galletas, lo más barato con que puede llenarse el estomágo.

Ahora ha pasado de tener dos tarjetas a tener nada más una, que vale sólo 30 pesos. Se arrepiente de haberse dejado vencer por el hambre. Si tan solo pudiera ganar otros 20 pesos. Entonces sí que iría a llamar a su antiguo patrón con la esperanza de que su tía o su tío respondieran llamándolo de regreso, y así no necesitaría una segunda tarjeta.

Pero alguien le ha robado su cubeta. Un amigo del campamento le presta otra. Camina penosamente de regreso hasta el lavadero de carros que está frente a la taquería. Se sienta en la cubeta. Se sube la camiseta con cuidado. Allí, en un arco justo arriba de su ombligo, está el dolorosamente fresco tatuaje.

EnriqueLourdes. Ahora la inscripción le hace burla.

Por primera vez, siente deseos de volver a casa. Pero se aguanta las lágrimas y se baja la camiseta.

No se dará por vencido.

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