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GRAVE ERROR

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GRAVE ERROR
En la clínica, el doctor Guillermo Toledo Montes, de 28 años de edad, lleva a Enrique hacia una camilla para examinarlo.

Enrique tiene una contusión severa en la cavidad del ojo izquierdo. El párpado está lastimado, y es posible que le quede caído para siempre. Su espalda está cubierta de hematomas. Tiene varias lesiones en la pierna derecha y una herida abierta oculta bajo el cabello. Se le han roto dos dientes de arriba y uno de abajo.

El doctor Toledo le inserta una aguja, primero bajo la piel cerca del ojo y luego en la frente. Le suministra anestesia local. Le limpia las heridas y piensa en todos los inmigrantes que ha atendido y que luego han muerto. Este tiene suerte. “Agradece que estás vivo”, le advierte el médico. “¿Por qué no te vas para tu casa?”

“No”, indica Enrique al sacudir la cabeza. “No quiero regresar allá”. Haciendo gala de buenos modales, Enrique pregunta si hay algún modo en que pueda pagar por la atención recibida, por los antibióticos y las píldoras antiinflamatorias.

El médico niega con la cabeza. “Y ahora ¿qué planeas hacer?”, le pregunta.

Agarrar otro tren de carga, responde Enrique: “Quiero ir donde está mi familia. Estoy solo en mi país. Tengo que ir al Norte”.

La policía de San Pedro Tapanatepec no lo entrega a la migra. En vez de eso, Enrique pasa la noche en el piso de concreto del único cuarto de la comandancia. Al amanecer se marcha, esperando alcanzar un autobús que lo lleve hasta las vías del tren. Mientras camina, la gente se fija en su cara magullada. Sin decir palabra, un hombre le da 50 pesos. Otro le da 20. Sigue camino, cojeando, hacia las afueras del pueblo.

El dolor es demasiado intenso, así es que acaba pidiendo un aventón. “¿No me puede llevar?”, le pide a un automovilista.

“Súbete”, responde el conductor.

Enrique se sube al carro. Grave error.

El conductor es un agente de migración en su día libre. Maneja hasta un retén de migración y entrega a Enrique a las autoridades.

No puedes seguir en dirección norte, le aseveran los agentes.

Lo meten en otro autobús, que huele a sudor y a humo de diesel. Es un alivio ver que al menos no lleva pandilleros centroamericanos a bordo. Estos a veces se dejan apresar por la migra para entonces golpear y robar a los inmigrantes que viajan en los autobuses. A pesar de todo, Enrique ha vuelto a fracasar: esta vez tampoco logrará llegar a Estados Unidos.

Se repite a sí mismo una y otra vez que sencillamente tendrá que intentarlo de nuevo.

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