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Una huella en el polvo lleva a los rastreadores del INS hasta su presa

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Por SONIA NAZARIO, Redactora del Los Angeles Times

El rastreador Charles Grout puede avistar huellas desde su vehículo todoterreno Ford Bronco en marcha. Su colega Manuel Sauceda puede detectar hace cuánto tiempo se hizo la huella, con una precisión de escasas horas.

Son agentes del Servicio de Inmigración y Naturalización (INS) de Estados Unidos con base en Cotulla, Texas, que queda a mitad de camino para el que ande por siete u ocho días desde Nuevo Laredo, en la ribera mexicana del Río Grande, hasta San Antonio, Texas. Los dos agentes se dedican a arrestar a los inmigrantes que entran de manera ilegal a Texas.

Grout, de 40 años de edad, y Sauceda, de 36 años, reciben aumentos de salario basados en parte en el número de inmigrantes que logren atrapar. Trabajan juntos a lo largo de las vías del ferrocarril y en el desierto, tomando turnos para rastrear, ya sea a pie o a bordo de el Bronco, a veces durante varios días seguidos.

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Un día jueves, en el mes de septiembre del 2000, Sauceda descubre unas huellas cerca de un abrevadero para ganado al suroeste de Encinal. Sabe que los inmigrantes suelen tomar del bebedero, a pesar de que el agua huele a huevos podridos y está cubierta por una nata verdosa. Sauceda da vueltas alrededor de las huellas y se acerca un poco más.

Si las huellas no han sido borradas por el viento, o si no están desmoronadas, significa que son recientes. Si los animales (cienpiés, caracoles, pájaros o serpientes) no les han pasado encima, eso significa que son frescas. Si hay envolturas de comida tiradas por los alrededores, y si las envolturas no están cubiertas de hormigas, eso quiere decir que las huellas son nuevecitas.

Sauceda camina alrededor del abrevadero. El sudor le corre por la cara mientras busca pistas entre las pilas de estiércol de vaca. Mira en dirección al sol y busca sombras diminutas.

Es entonces que encuentra más huellas. Estas fueron hechas esa misma mañana. Puede detectar ciertos diseños: una huella tiene un patrón cuadriculado, otra tiene líneas finas, y otra tiene la forma puntiaguda de una bota.

“Aquí veo por los menos a cuatro”, señala.

Sonríe. Como un sabueso, se inclina y acelera el paso.

Cambios recientes en la oficina de Cotulla demuestran cuán difícil es ahora evadir a agentes como Grout y Sauceda.

En 1994, Cotulla tenía 20 agentes. Ahora tiene 70. Es una de la ocho estaciones del INS al norte de Nuevo Laredo a las que se han añadido más de 470 agentes en los últimos siete años. Estos a su vez están entre los más de 5,600 agentes que el INS ha contratado desde 1993 con el fin de desplegar sus fuerzas a todo lo largo de la frontera sur de Estados Unidos.

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Los agentes cuentan además con un creciente arsenal de aparatos de tecnología: helicópteros, lentes de visión nocturna, dispositivos térmicos que detectan el calor del cuerpo y sensores sísmicos que pueden detectar pisadas a lo largo de los senderos usados por inmigrantes. Un empleado del INS se dedica exclusivamente a cambiar de lugar los sensores para engañar a los coyotes que tratan de llevar cuenta de la localización de los aparatos.

El sensor número 53 había alertado a los agentes, y estos capturaron a 11 hombres mexicanos que llevaban cuatro días caminando por el desierto.

Grout y Sauceda son particularmente tenaces, en parte porque su trabajo también implica salvar vidas. Sauceda cuenta que cada dos semanas, más o menos, él tiene que llamar a una ambulancia para auxiliar a un inmigrante mordido por una serpiente de cascabel, o atropellado por el tren, o que se ha deshidratado tanto en el desierto tejano que está al borde del colapso.

Sauceda sigue la pista de las huellas del abrevadero. Llega a un sendero, se sube a al Bronco y maneja, empleando un anillo con numerosas llaves proporcionadas por los rancheros para que los agentes abran y cierren tranqueras.

La temperatura asciende a los 100 grados F., bastante fresco en comparación con los 112 ó 118 grados de la semana pasada, cuando se derritió parcialmente el asfalto en la carretera interestatal 35.

En el tablero del Bronco hay un aviso para la prevención de incendios: “No operar fuera del camino sobre pasto seco o matorral”. Pero Sauceda no hace caso.

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Para las 2 p.m., Grout y Sauceda han perdido y vuelto a encontrar las huellas varias veces.

Quienquiera que las ande dejando parece estar dirigiéndose hacia una torre con una antena. Los dos rastreadores revisan cada árbol y en cada lugar donde pueda haber agua. Llegan hasta una alambrada de púas. Las marcas sobre la tierra indican que sus presas se han arrastrado bajo el alambre. Grout encuentra las huellas del otro lado.

“Ahí están. Son las mismas”, apunta. Tan claras como el agua. Los fugitivos se dirigen a Encinal. Si llegan al pueblo será prácticamente imposible encontrarlos, y los agentes habrán desperdiciado el medio día pasado entre los cactos y el calor abrasador.

Sauceda, empapado de sudor, trota siguiendo las huellas.

Grout se le adelanta manejando hasta la orilla del pueblo. Avista un curioso camino de tierra a la entrada de una casa. Alguien ha barrido el lado derecho del camino, que lleva a una casa destartalada.

Grout estaciona el vehículo. Ahí, marcadas en la tierra suelta cerca de la entrada para autos, están las huellas: patrón cuadriculado, líneas finas, en punta como una bota...

“¡Ya los tengo!”, señala por el walkie-talkie.

“¿Dónde?”, pregunta Sauceda.

“En el mismo lugar que la vez pasada”.

Grout da tres pasos hacia la casa. Un Rottweiler se le abalanza desde atrás de un árbol. Grout echa mano de su Beretta calibre .40.

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Una cadena detiene al perro a unos cuantos pies de Grout.

Grout avanza con cautela otros siete pasos, luego abre empujando la puerta de un cobertizo amarillo. Amontonados en su interior hay cinco inmigrantes sorprendidos.

Grout les pone las esposas.

De vuelta en el Bronco, inspecciona los zapatos que llevan puestos: patrón cuadriculado, líneas finas, bota puntiaguda.

Grout sonríe.

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