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CON DISIMULO

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CON DISIMULO
Llega a eso del mediodía a Ixtepec, un importante cruce de caminos en el sur de Oaxaca, el estado que sigue al norte de Chiapas y a 285 millas de la frontera de México con Guatemala. A medida que el tren rechina al detenerse los migrantes saltan a tierra y buscan casas donde pedir un trago y un bocado. La bestia puede haber quedado atrás, pero la mayoría todavía tiene miedo. Dos de ellos tienen demasiado miedo para entrar al pueblo. Le ofrecen a Enrique 20 pesos y le piden que les compre comida. Si la trae de vuelta, la compartirán con él.

Enrique se quita su camisa amarilla, manchada y con olor a humo Diesel. Debajo trae una camisa blanca. Se la pone sobre la camisa sucia. Quizá pueda pasar por alguien que vive aquí. Se propone no dejarse llevar por el pánico si ve a un policía y caminar como si supiera a dónde va.Toma los pesos y camina hacia la calle principal. Pasa por un bar, una tienda, un banco y una farmacia. Se detiene en una peluquería. Su cabello es rizado y está demasiado largo. Esto lo delata fácilmente. La gente de aquí suele tener el cabello lacio.

Entra a la peluquería con determinación.

“¡Orale jefe!” dice utilizando una frase muy de los oaxaqueños. Trata de disfrazar su tonada centroamericana, habla suavemente y con acento oaxaqueño. Pide que le corten el pelo bien corto, al estilo militar. Paga con lo último que le queda de su propio dinero y tiene cuidado de no llamarlo pisto, como le dicen en su país. Aquí pisto significa alcohol.

Tiene cuidado con lo que dice. Los agentes de la migra hacen que las personas se delaten preguntándoles si la bandera mexicana tiene cinco estrellas (la bandera de Honduras tiene cinco estrellas pero la de México ninguna); cómo se llama el mortero para hacer salsa (“molcajete”, palabra singularmente mexicana), o cuánto pesa la persona. Si responde en libras entonces saben que es centroamericano. En México se acostumbra medir en kilos.

En Guatemala, le dicen aguas a los refrescos gaseosos. No así en México. Una chaqueta en México es una chamarra, no una chumpa. Una camiseta es una playera y no una blusa.

Enrique mira hacia la vitrina de una tienda y repara en su reflejo. Es la primera vez que ve su cara desde que le propinaron la golpiza. Retrocede ante lo que ve. Cicatrices y moretones. Un párpado caído. Se queda estupefacto.

Tenía cinco años cuando su madre lo dejó. Ahora es casi otra persona. En el reflejo ve a un joven maltratado, demacrado y desfigurado.

Esto le enoja y redobla su empeño de seguir hacia El Norte.

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