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UN REFUGIO

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UN REFUGIO
El campamento al que se ha unido es un refugio de migrantes, coyotes, drogadictos y criminales, pero para él es el lugar más seguro de Nuevo Laredo, una ciudad de más de medio millón de habitantes donde pululan los agentes de migración, conocidos como la migra, y policías de todo tipo, que bien pueden capturarlo y deportarlo.

El campamento está al final de un sendero estrecho y sinuoso que baja hasta el río. Cada tarde sin falta, se arma de valor y va a la alcaldía de Nuevo Laredo con dos trapos y una cubeta plástica que había sido usada para pintura. Llena la cubeta en un grifo que hay al costado del ayuntamiento. Luego se va a los lugares para estacionar autos que están frente una bulliciosa taquería. Uno de los trapos es de color rojo. Cada vez que alguien llega al puesto para comer, él le indica con su trapo al cliente dónde estacionarse, como hacen los señaleros del aeropuerto que guían a los aviones hasta la puerta de embarque.

Por lo general hay mucha competencia. Otros dos o tres migrantes ponen sus cubetas a lo largo de la misma acera.

Enrique se acerca a una mujer que maneja un Chevrolet Impala amarillo con rines cromados. Está hablando en su celular. ¿Quiere que le lave su coche? Ella termina de hablar por teléfono y le dice que no.

Un hombre y su hijita arriman su carro a la banqueta.

“¿Les lavo su coche?”

“No, m’hijo”.

La mujer del Impala regresa con sus tacos. Enrique espera hasta que se abra el tráfico, entonces agita su trapo rojo y la ayuda a salir.

Ella de repente saca la mano por la ventanilla y le da tres pesos. Enrique ofrece sus servicios a docenas de personas, pero sólo una o dos le dicen que sí. Para las 4 a.m., cuando cierra el puesto de tacos, él ha logrado juntar 30 pesos, o sea unos $3.

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