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¿Por Qué Dar? ‘Porque No Han Comido’

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Por SONIA NAZARIO, Redactora del Los Angeles Times

La niña corre por los estrechos pasillos de la tienda de su padre, agarrando galletas, botellas de agua y pastelitos de los estantes.

Gladys González Hernández espera hasta oír la señal del tren. ¡Por fin llegó! Sale corriendo. Gladys y su padre, Ciro González Ramos, saludan con la mano a los migrantes que van a bordo. Gladys tiene seis años de edad.

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Junto a las vías en El Fortín de las Flores, en el estado mexicano de Veracruz, se paran ella y su papá y arrojan las galletas, el agua y los pastelitos a las manos extendidas de los migrantes.

Ciro González, de 35 años, enseñó a Gladys a hacer esto. Quiere que ella sea una persona de bien.

“¿Por qué les das comida?” Gladys le preguntó una vez. “Porque han viajado desde lejos y no han comido”, respondió su padre.

Nadie recuerda cuándo empezó. Probablemente fue en los años 80, cuando un gran número de centroamericanos, para huir de la guerra y la pobreza, comenzó a viajar en los trenes con rumbo al norte. Cuando el tren paraba, los inmigrantes demacrados y sucios, se acercaban a las casas para pedir limosna. De vez en cuando sucedía que alguno se caía del tren, debilitado por el hambre.

Con el correr del tiempo y especialmente en el estado de Veracruz, los que vivían junto a las vías comenzaron a llevar comida a los trenes, casi siempre en los lugares donde estos bajaban la velocidad para tomar una curva o porque las vías estaban en mal estado. Los que no tenían comida llevaban botellas plásticas llenas de agua. A medida que ha ido en aumento la procesión de migrantes, también ha crecido la resolución de ayudar.

Jesús González Román, de 40 años de edad, y su hermana Magdalena González Román, de 31 años, están sentados frente a su casa a las 6 p.m. de un día de verano. La casa linda con las vías en el pueblo de Encinar. Los vecinos salen a conversar después de una larga jornada de trabajo como albañiles y jornaleros de campo.

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Oyen la señal del tren.

Magdalena y su hermano tienen dos minutos. Entran corriendo a su casa. Su madre, Esperanza Román González, de 78 años, se ajusta el delantal rosado y toma su bastón.

Jesús se apresura a sacar de una bolsa de nylon tres suéteres usados que les han dado sus parientes.

Magdalena pone tortillas en una bolsa anaranjada y llena con panecillos una bolsa azul. Vierte limonada en una botella plástica, y en su apuro derrama un poco.

El silbido de la locomotora suena más fuerte y más frecuente.

Junto a la estufa, vuelca un tazón de guiso en una bolsa de plástico. “¿Listo?” murmura. “Tenemos pan, tortillas . . .” Corre para salir de la casa.

El silbido del tren que se acerca hace estruendo.

Jesús y Magdalena salen en carrera de la casa. Su madre, con su paso cojo y con las trenzas canosas moviéndose de lado a lado, ya va más allá del portón de madera.

Es el anochecer. Se ve el brillo de los faros. El tren disminuye la velocidad para tomar una curva. El suelo retumba. Las ruedas rechinan. El maquinista da cinco cornetazos para avisarles que tengan mucho cuidado a las veintitantas personas que se han acercado con comida, bebida y ropa.

Jesús y Magdalena se acercan poco a poco a las vías, afirman sus pies contra el suelo y se agarran fuerte uno al otro para que la fuerza del aire que desplaza el tren no los succione hacia las ruedas.

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Jesús ve migrantes sobre un vagón tolva. “¡Hay algunos en el techo!” grita. Agita los suéteres sobre su cabeza.

Un adolescente que lleva una camisa verde y blanca baja lentamente por la escalerilla de la tolva. Se sostiene con la mano derecha y extiende la mano izquierda.

Cada segundo cuenta ahora.

Magdalena le pasa a Jesús la bolsa azul con los panecillos. El la arroja hacia arriba junto con los suéteres. Magdalena le alcanza al momento una botella de limonada.

El joven coge todo.

“¡Gracias!” les grita el muchacho sobre el estruendo.

“¡Qué Dios lo lleve!” responde a gritos Jesús, con su mirada sonriente.

Esperanza se queda parada en silencio, con las manos extendidas al cielo en una plegaria. Le pide a la Virgen de Guadalupe que lleve a todos los niños del tren sanos y salvos hastas sus afligidas madres en El Norte.

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