Pedí la suite matrimonial, pero nos dieron un cuarto en el área de la quimioterapia
De todos los venenos populares, la quimioterapia es mi favorito. La más extraña de las medicinas te maltrata mientras te asiste, con la esperanza de salvar finalmente tu alma mortal. Los resultados son mixtos. La oración y el buen whisky podrían ser más eficaces. En realidad, se necesita un poco de los tres.
Saludos desde la sala de quimioterapia número 8, en el anexo de cáncer de un hospital local. Estamos apretados en un cubículo de la esquina, del tamaño de la cafetería de una oficina común. Yo solicité la suite de bodas y esto es lo que me dieron. Nunca fui muy afortunado.
Al menos hay una TV. Las quisquillosas enfermeras entran y salen como guardias. Mi esposa, Posh, tiene una manta, calentada en algún horno. Tengo café tibio. Y de nuevo, la tengo a ella.
No había visto tanto a mi esposa desde la primera semana que salimos. Al igual que entonces, ella es delgada, tal vez 95 libras. Su cabello castaño es más delgado ahora, pero todavía tiene esos pómulos letales y el hoyuelo más lindo del mundo -como un apóstrofe- en sólo un lado de su sonrisa.
Ahora compartimos todas las comidas. Tengo miedo de que ella se aburra pronto de mí… su sombra constante, su farmacéutico, su masajista, su comediante personal, a quien ella le confesó recientemente que no es demasiado gracioso.
Sin embargo, por ahora, está atascada conmigo. Su destino descansa, en parte, en manos de un ‘sabio’ que apenas puede manejar un termómetro digital. “¿Qué hay de malo con los termómetros antiguos?”, grito (descubro que me enojo por las cosas más tontas). “¿Por qué todo necesita baterías ahora? ¿Cuándo las píldoras se volvieron ‘medicinas’?”.
Eso es una tangente, claro, pero me salva. Hablo tanto del cáncer que una breve conversación acerca de los Lakers o del precio del entrecot me mantiene del lado seguro de la salud. El martes hablé por cinco minutos de cómo siempre me duermo con las películas de Meryl Streep.
¿Y qué podría consumir más el tiempo que esto? Estamos en la segunda semana de su quimioterapia. Cuando finalice, ella habrá tenido un total de 18 sesiones, momento en el cual habrá ganado la batalla. O eso espero yo. En este momento, una bolsa de Benadryl cuelga de un gancho de acero inoxidable, para ser seguida por la salsa especial: Taxol.
Se supone que el Taxol, con agregado de carboplatino, enjuagará las lesiones de sus pulmones y algún rastro postquirúrgico del cáncer. Los especialistas tienen altas expectativas, sin duda, aunque nada en este tipo de cáncer viene con garantías. No hay reembolsos, no hay devoluciones. Hay más garantías cuando uno compra una tostadora de $30 dólares.
Mientras tanto, la enfermera de Posh es la mujer más importante en su vida, después de su madre. Para estas sesiones semanales, su enfermera (Kathy) la saluda en el escritorio de recepción, y ambas van tomadas del brazo por el pasillo, como viejas amigas que se conocen hace dos semanas.
Yo me arrastro detrás, con su Vogue y sus calcetines. Me veo fatal, no me importa mucho. Necesito un corte de pelo y una lavada de cara. En el espejo veo a Kurt Vonnegut -gran bigote, el cabello terrible. Pálido y en shock; los cubos de hielo tienen más color que yo. “Ey, enfermera, quizás necesito una transfusión ahora mismo”. Ahora que dejé de ser gracioso, quizás la apariencia sea más importante que nunca.
Para el humor, que todo el mundo insiste en que es tan importante, hemos acudido a otros miembros de la troupe de comedia. Posh se ríe de cómo nuestro siberiano de ojos azules, todavía cachorro, lame la savia de la leña, o de cómo nuestra hija arregló los aguacates “cronológicamente, según su madurez”, a sabiendas de que no comeremos los tres el mismo día.
Me alegra que nuestra hija no esté pensando demasiado en este tema. En casa, luchamos contra el cáncer con la comida. El nutricionista ordena 65 gramos de proteína por día, lo cual es casi equivalente a 10 porciones de carne -o, tal como siempre lo he llamado: el almuerzo-. Tal como siempre le digo a los chicos: “Si ella abre la boca para bostezar, arrojen una tajada de ternera”.
El otro día, un vecino trajo un pastel recién horneado tan bueno que Posh suspiró “¡Oh, por favoooor!” al primer bocado. Igual de deliciosos ha habido guisos y cazuelas, y brownies croatas. El amor puede ser el mejor envoltorio, pero las viejas recetas de familia vienen en segundo lugar.
Luego, un día llegó una lasaña. Al ser mitad siciliana, Posh ha cocinado ese plato desde que tenía tres años. Su versión tiene siete capas de profundidad, gruesas como un buen edredón y construidas con el mismo cuidado artesanal que un Lamborghini.
Sin saber esto, un amigo nos trajo una gran bandeja de lasaña. Sería como llevarle lirios a Monet. Resultó que la lasaña fue el toque perfecto; ella se abalanzó como un tiburón, tal como el resto de su compañía de comedia. Mussolini nunca comió tan bien. Un bocado a la vez -de esa pasta abundante, con mucha carne- así la llenamos para ponerla robusta de nuevo. Después de todo, siempre lució más bonita cuando estaba embarazada.
Traducción: Valeria Agis
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