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Wendy

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Por SONIA NAZARIO, Redactora del Los Angeles Times

Un bandido con tatuaje de cobra en el brazo obliga a Wendy a caminar hacia un maizal.

Ella tiene 17 años, y es la única mujer en un grupo de 11 centroamericanos que están tratando de eludir un retén de inmigración mexicano en Huehuetán, Chiapas. El hombre del tatuaje y otros cuatro malhechores los habían estado acechando.

Un centroamericano trata de escapar. Con la hoja de su machete, uno de los bandidos le asesta tres golpes. Los bandidos ordenan a los otros nueve hombres, incluyendo al marido de Wendy, que se desvistan hasta quedar en ropa interior, y que se echen a tierra boca abajo. Un bandido revisa la ropa en busca de dinero.

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Entonces, según el relato del marido de Wendy y los otros centroamericanos, el hombre del brazo tatuado le ordena a Wendy que se quite los pantalones. Ella rehúsa. El la arroja al suelo de un empujón y pone la punta del machete contra su estómago.

Ella rompe en llanto.

El le pone el filo del machete en la garganta.

Ella se quita los pantalones, y él los revisa en busca de dinero. “Si gritas, te cortamos en pedacitos”, amenaza. Luego la viola.

Los otros malhechores maldicen a los hombres tendidos en el suelo, les mientan la madre y amenazan con castrarlos. “¿Qué . . . hacen fuera de su país?”, les reclaman. Uno por uno, durante hora y media, cada bandido entra al maizal para violar a Wendy.

Su esposo se llena de furia.

Los bandidos la traen de vuelta. Está llorando. No puede hablar. Vomita y luego se desmaya.

Huyendo de los bandidos, su esposo y los otros llevan a Wendy hasta el retén. “Me quiero morir”, dice ella temblando.

Ninguno de los bandidos fue arrestado.

Wendy, que es hondureña, es una del gran número de muchachas migrantes que dicen haber sido violadas al viajar a lo largo de México de camino a Estados Unidos. Investigadores de la Universidad de Houston llevaron a cabo un estudio en 1997 en la que fueron examinados un grupo de niños detenidos en Texas por el Servicio de Naturalización e Inmigración (INS). Los resultados de ese estudio mostraron que casi una de cada seis afirmó haber sido víctima de violencia sexual.

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Las violaciones son parte de un cuadro general de humillaciones y vejámenes a que son sometidos los inmigrantes centroamericanos en México, donde se les desprecia por venir de países menos desarrollados, indicó Olivia Ruiz, antropóloga cultural del Colegio de la Frontera Norte en Tijuana.

Tanto hombres como mujeres pueden ser blancos de estos ataques, agregó.

Tres semanas después de que Wendy fue violada, una muchacha hondureña de 15 años de edad llamada Karen fue violada en Ixtepec, Oaxaca, el 22 de agosto del 2000. En ese caso, la policía arrestó al hondureño Jhony Martínez Castro y al salvadoreño Salvador Armando García Ramírez, ambos de 17 años de edad.

Karen, las autoridades y los documentos de los tribunales ofrecen el siguiente relato:

Karen ya lleva tres meses viajando en trenes para llegar a Estados Unidos. Un día, se mete en un río de Ixtepec para lavar su ropa y su cara, donde sufrió una cortadura con una rama al andar en lo alto de un tren de carga.

“¡Eh, tú, bicha, ven aquí!”, le grita Martínez desde la orilla. El joven tiene tatuajes en su frente, su cara, su pecho y sus brazos.

Karen se muestra cautelosa, pero él insiste.

Cuando ella sale del agua, él le agarra el cuello con un brazo y le punza las costillas con un cuchillo. “Ahora harás el amor con nosotros”. García llega armado con un machete y un cuchillo. “Camina”, le ordena Martínez a la joven.

Dos lustrabotas de 9 y 12 años de edad estaban cerca de ahí en el agua. Los niños se escabullen sigilosamente para ir en busca de ayuda.

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Karen se resiste, luego se echa a llorar. Les suplica a los hombres que no la lastimen.

Martínez pone la punta del puñal en el medio de la garganta de ella.

“Bájate los shorts”, ordena.

Ella se baja los pantalones cortos hasta las rodillas.

El se para entre sus piernas, patea los pantalones cortos hasta bajárselos del todo, luego la tira al suelo. La viola.

Karen es virgen y siente como si la estuvieran abriendo en dos. Piensa en su madre, que siempre le dijo que se cuide mucho. Reza por que venga la policía. Su rostro queda bañado en lágrimas.

Media hora después, Martínez se da por satisfecho.

“Tu turno”, le dice a García. Martínez se ríe y fuma un cigarrillo de marihuana mientras su amigo la viola.

“Ahora te bañarás. No quiero pruebas”, le indica Martínez. La coge de la mano y la lleva hasta el río.

Karen llora por dentro. Está segura de que la van a matar.

“No trates de llamar a la policía. Mi pandilla me espera. No duras ni un día”, le advierte. “¡Andate!”

En ese momento llega la policía y detiene a los dos hombres, que todavía están en paños menores.

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Juan Ruiz Toledo, el jefe de policía de Ixtepec, explicó que Martínez es jefe de una facción de la pandilla Mara Salvatrucha. Según el oficial, Martínez le gritó a Karen desde su celda: “¡Te arrepentirás!”, y dijo que dará órdenes a sus 50 secuaces en El Carmen, Guatemala, para que se encarguen de ella.

Karen, que espera en otra celda su deportación a El Carmen, está aterrorizada: “Eso sí que sería el fin para mi”.

El 26 de febrero del 2001, García y Martínez fueron condenados a 15 años de prisión cada uno por la violación, según informa Tito Ramírez González, un fiscal de la Procuraduría General del estado de Oaxaca.

--Sonia Nazario

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